[Deutsche Grammatik]. Se divide en cuatro partes: la primera, que trata de la fonética, fue publicada por vez primera en 1819 y, en segunda edición corregida y ampliada, en 1822; la segunda fue publicada en 1826, la tercera en 1831 y la cuarta en 1837.
La primera parte está dedicada a Savigny — que había estimulado a Jacob Grimm (1785-1863) a dedicarse a estudios de historia del derecho y del que ahora él espera comprensión «si aplica también a la gramática el principio y los métodos de la indagación histórica» — puesto que la tarea de la gramática «no es la de establecer normas para el futuro, sino la de explicar históricamente las formas que existieron en el pasado o que existen en la actualidad». Sobre una amplia base de material — que, en lo referente al gótico y a los idiomas nórdicos pudo aprovecharse de las investigaciones de Ihre y de Rask, pero que en la comparación de los dialectos alemanes tuvo que ser recogido por primera vez, sobre fuentes a menudo manuscritas — por vez primera fueron precisados y aclarados todos los grandes fenómenos propios de los idiomas germánicos. El problema del «Umlaut» es planteado en sus términos justos, se estudia a fondo el problema del «Ablaut» en la flexión de los verbos fuertes, de los cuales se diferencian los verbos débiles, etc. En 1822, en la segunda edición, fue formulada la llamada «ley de Grimm» sobre la «Lautverschiebung» — substitución consonántica — que distingue los idiomas del grupo germánico de los otros de la familia indoeuropea. Los grandes rasgos de la historia de la lengua alemana — tiempo, espacio —, tanto en la variedad de los dialectos hablados como en la formación de la lengua literaria, están trazados de un modo definitivo; la comprensión de los textos antiguos — especialmente por lo que se refiere al alto alemán antiguo — quedó sentada sobre unas seguras bases científicas; el mismo método de la investigación historicolingüística quedó en muchos puntos perfeccionado y renovado.
Ya por esta primera parte, la obra — a la que todavía hoy se recurre siempre con provecho, después de tantos otros estudios — hizo época. Las partes siguientes confirman su importancia. La segunda y la tercera tratan de la formación de las palabras. La segunda, dedicada a Benecke, va precedida de una introducción en la que se pone de relieve la importante aportación ofrecida a la filología alemana por los recientes estudios sobre el sánscrito, por el descubrimiento de los códices góticos (v. Biblia de Ulfilas) y de los glosarios. La tercera parte está dedicada a su hermano Wilhelm; la cuarta, en la que se plantean los problemas de la sintaxis, a sus colegas Hauff, Hoffmann, Massmann, Schmeller y Wackernagel. El prólogo pone de relieve los méritos de la lengua alemana que más que ninguna otra se puede decir lengua medieval por excelencia. «En los pueblos medievales se observan delicados refinamientos, junto a rígidas durezas… así… el idioma alemán no carece de adornos, aunque a menudo los oculta, y tampoco carece de defectos, y éstos no los esconde nunca». Se siente en estas palabras —- como siempre ocurre cuando Grimm vislumbra, más allá del hecho lingüístico, el rostro vivo de su pueblo — un acento de emoción, casi un hálito de aquella poesía que él sintió, originariamente, en las fuentes antiguas de la espiritualidad germánica, y que constituyó siempre el aire vivificador de sus trabajos entusiastas y disciplinados. Sin embargo, esto no mengua la científica monumentalidad de la obra, que — trascendiendo el campo específico de la germanística — señala un momento fundamental en la historia de la cultura alemana del siglo XIX.
G. F. Ajroldi