Composiciones para piano de Enrique Granados y Campiña (1867-1916), escritas en 1909 y convertidas, más tarde, en la ópera homónima en tres cuadros, estrenada en Nueva York en 1916. Como indica el título, el músico español se ha inspirado para este trabajo, el más importante de los suyos, en las pinturas y dibujos de Francisco de Goya. La suite pianística se compone de siete piezas divididas en dos series: la primera serie comprende los trozos más conocidos de la colección: «Coloquio en la reja», cuadro lírico y apasionado, de forma libre y de desarrollo bastante extenso; «El fandango del candil», viva adaptación de melodías y ritmos populares; «Los Requiebros», página de fresca inspiración, escrita con elegancia de trazos; «Quejas de la Maja y el ruiseñor», nocturno rebosante de sincero lirismo, cuya sobriedad de desarrollo redunda en beneficio de su eficacia expresiva. La segunda serie comprende: «El Amor y la Muerte», «Epílogo» (Serenata del espectro) y «El Pelele». Granados, que atribuía una particular importancia a este trabajo, en que, como él mismo dijo, se había propuesto hacer revivir a través de la música la gama de los sentimientos «amorosos y pasionales, dramáticos y trágicos, tal como aparecen en la compleja obra de Goya», procuró en la transcripción para el teatro, hecha sobre un libreto de Fernando Periquet, dar a las Goyescas un mayor desarrollo lírico y dramático.
La acción se divide en tres cuadros: en el primero, el torero Paquiro invita a Rosario, linda dama cortejada por el capitán Fernando, al baile «del candil»; y mientras Fernando hace que le prometa Rosario que no irá al baile sin él, Pepa, novia de Paquiro, medita vengarse. El segundo cuadro representa la escena del baile, durante el cual Fernando y Paquiro se provocan en duelo. En el tercer cuadro, en el jardín de Rosario, tiene efecto el duelo: Fernando herido de muerte, cae a los pies de Rosario. La versión escénica de Goyescas, realizada en el Metropolitan de Nueva York, con asistencia del autor, tuvo un gran éxito. Sin embargo, hay que reconocer que la obra, en vez de un punto de llegada, representa una base sobre la que el músico hubiera podido construir con seguridad y perfeccionar un estilo personal, contribuyendo así a la afirmación de un arte español independiente y vivo (como se encuentra, por ejemplo, en Falla), ya no encerrado dentro de los límites de lo decorativo y pintoresco.
L. Córtese