Obra del escritor Ramón Gómez de la Serna (1888-1963) y fiel reflejo de su continuado canto a la vida. Es una biografía ágil y original del pintor revolucionario, en la que Gómez de la Serna hace gala de su fino espíritu analítico y agudeza expresiva, espiritualizando y dando vida propia a la fría matemática del dato histórico.
A lo largo de ella se mezclan, en exquisita proporción, la anécdota, la erudición, el juicio crítico de sus pinturas y el comentario trascendente de aquéllas, buscando siempre el contenido vital que pueda aproximarnos al espíritu del autor de «los Caprichos»; la greguería no deja de hacer su luminosa aparición, intensificando aún más los contrastes de que ya está llena la obra. Del prólogo, telón de fondo que ambienta al lector en el mundo que va a vivir, es interesante el rápido cuadro del panorama artístico que precedió a Goya, y en el que éste inició su balbuceo pictórico; es una colección de «etiquetas» que clasifican con gran perspicacia a autores y tendencias: «Claudio Coello era un Murillo renegrido en que se mezclaba el dibujo y la pintura en ojos bonitos y perfiles amanerados». Al llegar a Goya, Gómez de la Serna dice: «lo que iba muriendo en todo fue lo que él retrató para que fuese eterno», y aprovecha la coyuntura del caótico momento para dar una visión optimista del concepto «barroco» en paradoja genial con los prejuicios eternos que sobre el mismo existen: «lo barroco es el único concepto que merece el respeto de dejarlo indefinido y con salidas por todos lados». En el primer capítulo trata de la niñez del artista, pero sin caer en el fárrago del dato positivista y señalando sólo aquello que puede servir de guía para penetrar en el mundo del hombre que comienza a formarse y que en 1772 recibe su primer premio, el segundo de un concurso celebrado en Roma; apunta al paso su deuda con Bayeu, para estudiar en los capítulos siguientes su actividad en Madrid y la influencia que la capital de España tuvo en la formación del artista.
Un capítulo dedicado, a comentar los «Tapices», se cierra con catálogo completo de éstos. La misma técroba de exposición se sigue en el capítulo dedicado a «los Caprichos», si bien aquí precede a la parte documental un más intenso estudio que busca penetrar en la compleja psicología de Goya a través de sus sorprendentes visiones y, oponiéndole a Rembrandt y Hogarth, dice de él: «Goya, por el contrario de los dos, no es un moralista ni un amonestador, sino un indignado, un sarcástico, un observador que mira las cosas con amargura y risa sardónica». Los «Proverbios y disparates» son materia que se ofrece luego al bisturí de Ramón para proseguir en su disección meticulosa. Pero no se olvide que todo ello viene entreverado con finas notas que van situando al personaje en el mundo de su época, y de ellas adquieren un relieve particular las que tratan de sus relaciones con la duquesa de Alba, que el autor ve y retrata con piadosa humanidad, adivinando todo el dolor y gozo que aportaron a la vida de Goya; magnífica es a este respecto su interpretación del aguafuerte «Sueño de la mentira y de la inconstancia». Los restantes capítulos se orientan principalmente al análisis del naturalismo de Goya; afortunado resulta su juicio acerca de las pinturas religiosas. Con el capítulo dedicado a «La Tauromaquia» se cierra propiamente la labor crítica de Gómez de la Serna, pero siguen todavía algunos dedicados a los últimos años del pintor, en los que abunda más el tono documental y erudito, si bien su misma brevedad les salva del peligro de la monotonía. El epílogo es una pequeña digresión a propósito del entierro oficial de Goya en España y del hecho de que su esqueleto tornara a la patria sin cabeza.
A. Pacheco