Tragedia de Ercole Luigi Morselli (1882-1921), representada por primera vez en Roma en 1919. Es la obra maestra de su autor, por una íntima inspiración que justifica su visión del mundo y su vida de artista, desde las prosas de las Fábulas para los reyes de hoy de 1909 a las narraciones de las Historias para reír… y para llorar, de 1918.
El mito del pescador griego que se convierte en dios marino por haber comido una hierba milagrosa (un eco de él hallamos hasta en el famoso prólogo del «Paraíso» dantesco) es la base de esta obra. Pero su composición y su final están netamente inspirados en una concepción propia del autor y de su actitud sentimental hacia los problemas de la vida. Glauco (v.) logra conseguir del cielo los dones tan deseados; es marinero, príncipe, héroe. Ahora quiere conseguir la inmortalidad, que sólo podrá obtener por un beso de Circe (v.). Va, pues, a ver a la maga, la enamora, obtiene de ella un beso y la abandona triunfalmente. Pero Circe se venga, rompiendo el hilo de la vida de Scila, la joven amada de Glauco. Cuando regresa a su playa, la pastorcilla ha muerto. Entonces él, sintiendo que también su dolor es inmortal, por la ruina de lo mejor de sus sueños de hombre, maldice la gloria, y, atado al cadáver de Scila, se hace arrojar a los abismos del mar, desde donde advertirá eternamente a los hombres con su llanto.
Es significativo el mundo ideal que Morselli intentó reflejar en su obra, aunque con temas descubiertos y expresados más lírica que dramáticamente; la juventud, el amor, desaparecen miserablemente en una inútil gloria. Aunque su escenificación está ampliamente orquestada con ciertos caracteres que hasta se podrían llamar danunzianos, la sencilla fábula alcanza a veces un tono casto y elegiaco; tal vez por esos caracteres más que por el romántico final se ha podido definirla como una «indirecta apología del hogar». Y, ciertamente, con Glauco el danunzianismo pasa directa y felizmente al Crepuscularismo (v.), recuperando nuevo calor en la negación, aunque nostálgica, de sus propios valores.
C. Cordié
Estos mitos, más que en el ciclo heroico, entran en el crepuscular. (P. Pancrazi)