Gilles Gambier, Pierre Drieu la Rochelle

Novela de Pierre Drieu la Rochelle (1893-1945), publicada en París en 1939. Esta obra, cuyo acento es muy diverso, engloba veinte años de la vida de un francés, desde inmediatamente des­pués de la guerra de 1914 a 1918 hasta el año 1939 poco más o menos. Se compone de cuatro partes cuyos títulos son los siguientes: «La licencia», «El Elíseo», «La Apocalipsis» y «Epílogo».

Cierto Gilíes Gambier, en quien puede reconocerse al autor, es el héroe de esta novela. Joven burgués de París, pertenece a la generación que se vio arrojada a la guerra, sin esperanza de retorno, en el mismo instante de salir del colegio. Con permiso de convalecencia, lle­ga Gilíes a aquel París de 1917 que constituye el marco de esta primera parte. Por­tador de la sed de saqueo de un famoso batallón de choque, está resuelto a darse la gran vida. Se le ve en relaciones con varias mujeres. Pero si bien cada una de ellas responde a uno de sus deseos, ninguna de ellas es capaz de colmarle: necesita mu­chas. Solamente una sabe retenerle durante más de un año, Myriam Falkenberg. Es rica, pura e inteligente, pero apenas se casa con ella ya arde en deseos de divorciarse. Al final de esta primera parte, tenemos ya los rasgos distintivos del carácter de Gilíes y de su naturaleza incapaz de disciplinarse; versátil en su modo de ser pasa constante­mente del coraje a la debilidad, de la in­triga al desprendimiento y del erotismo a la continencia.

Después de cada aventura, Gilíes vuelve a encontrarse solo. Parece que la soledad será el destino de su vida. Dramática, viva y sorprendente, esta pri­mera parte ofrece además un vigoroso cua­dro de costumbres propio para despertar la curiosidad del lector. La guerra concluye. ¿Qué hará Gilíes? Piensa dedicarse a la diplomacia, pero habiendo fracasado en el examen de ingreso, entra al servicio de la prensa. Con sus brillantes cualidades es, sin embargo, incapaz de hacerse tomar en se­rio. Divierte, sorprende y desconcierta, pasa por ser un aficionado. Es preciso decir, sin embargo, que el ambiente de la época no le invita a fijar su actividad. Tiene la im­presión de que todo se deshace: ideas, creen­cias y costumbres. Este estado de ánimo halla su expresión más ruidosa en cierto grupo cuyas actividades oscilan entre la literatura, la política y la oniromancia. Su jefe, Caél, se comporta como el gran in­quisidor. No hace mucho que ha acusado a Barres, Joffre y Anatole France. Ahora está dispuesto a llevar a cabo el proceso del Elí­seo. Por otra parte, dispone de un medio excepcional: gracias a uno de sus fieles, ejerce una gran influencia sobre Paul Morel, el hijo del Presidente de la República. Este muchacho ha concebido el plan de ma­tar a su padre, pues ve en él el símbolo de cuanto detesta: el dinero, la policía y el ejército, en una palabra, la tiranía. Caél y los suyos no tienen, pues, más que echar el aceite sobre el fuego. Pero las cosas su­ceden de modo muy distinto.

Sucede, en efecto, que Paul es un ser débil atacado de neurosis. Una decepción amorosa acaba de destruir sus nervios y se vuelve entonces contra Caél» repudia su doctrina y finalmen­te se suicida en el Elíseo. Es cierto, sin em­bargo, que el escándalo causado por esta muerte acarrea poco después la caída del presidente Morel. Llevada la causa ante el tribunal de Caél, Gilíes Gambier no des­aprovecha la ocasión de decir a todos sus verdades. Aquí concluye la segunda parte. Con todo y ser inferior a la primera, no por eso es menos rica en datos sobre la loca época en cuestión. Respecto al grupo de Caél, por ejemplo, nadie puede llamarse a engaño: es la camarilla surrealista en sus más bellos tiempos. Tercera parte: es la última oportunidad de resarcirse. Gilíes abandona los Asuntos Extranjeros. Como es preciso vivir y se -halla sin dinero, se de­cide a fundar un periódico que redactará él solo, haciéndose respaldar por las per­sonas bien acomodadas que conoce. Entu­siasmado por la sociología, está siempre dis­puesto a responder a las cuestiones más candentes: Patria, Clases, Partidos, Máqui­nas, Revolución. Precisando de la oportu­nidad, no duda en denigrar a la tercera República con violencia. Fascista de pies a cabeza, se declara presto a seguir ciega­mente a quienquiera que esté resuelto a destruir al régimen. A despecho de las múl­tiples decepciones que le causó la postgue­rra, Gilíes confía siempre en las virtudes de su país. Esfuerzo baldío: el golpe del 6 de febrero arruina sus esperanzas.

Puede apreciarse que la política constituye el ob­jeto principal de esta tercera parte. Salvo algunas páginas muy agudas, el conjunto traiciona quizá demasiado un calculado vir­tuosismo. He aquí finalmente el epílogo, que nos transporta a España, en el momento más crítico de la guerra civil. Dadas sus opinio­nes, Gilíes Gambier no tiene más remedio que abrazar la causa de Franco. Indife­rente ya a las mujeres, vuelve a encontrar en la muerte aquel sabor que a los veinte años le turbaba del mismo modo que le turbara 1a- voluptuosidad. Terco que terco, sostendrá su ideal hasta la última gota de su sangre. Atrincherado tras los escombros de cualquier ciudad sin nombre, dispara sin cesar, esperando que alguna bala acabe fi­nalmente con su propia vida. Tanto por su atmósfera, como por los procedimientos em­pleados, esta parte revela más la técnica del folletín que la del autor. Tal es este libro, del que se podría decir con justicia que es el último adiós del autor a su ju­ventud. Sin duda encierra demasiados pro­blemas en su intriga. De esta abundancia resulta cierto desequilibrio que compromete algunas veces la unidad del tono. A pesar de su marcha desigual, Gilíes constituye, sin embargo, una auténtica novela, porque sabe mover con lucidez y maestría un per­sonaje humano en el vasto mundo de nues­tros días.