Genji Monogatari, Murasaki-no-Shikibu

[Historia del príncipe Genji]. Una de las obras más impor­tantes de la literatura clásica japonesa. Se trata de una extensa novela en 54 capítu­los, terminada hacia 1004, y que narra las aventuras del príncipe Genji, personaje imaginario creado por la autora de la obra, Murasaki-no-Shikibu, viuda de Fujiwarano-Nobutaka, y dama de corte de Fujiwara Akiko (988-1074), esposa del emperador Ichijó (987-1011).

Genji es hijo de Kiritsubo, noble concubina («kói») favorita de un emperador e hija de un viceministro que no pertenece a la familia Fujiwara, enton­ces omnipotente en la corte. Kiritsubo, aun­que mujer de carácter dulcísimo, ha de su­frir por ello toda especie de persecuciones por parte de los miembros de aquella pode­rosa casa y aguantar además los efectos de la envidia de sus compañeras. Abrumada de tristeza, muere cuando Genji tiene ape­nas tres años. El joven príncipe, a quien el desolado soberano ha tomado bajo su pro­tección, crece bello y distinguido y, a los doce años le casan con su tía Aoi-no-Ue. Pero Genji no ama a aquella mujer, de más edad que él y que, por añadidura le han impuesto, por lo que se entrega pronto a otros amores que suscitan los celos de su compañera. El emperador había substituido a la pobre Kiritsubo por otra concubina, Fugitsubo, que se parecía mucho a ella. Y Fujitsubo atrae al joven, que se enamora de ella perdidamente, y pronto se siente in­capaz de dominar su pasión. De sus rela­ciones nace un niño, que el emperador piensa que es suyo, y lo nombra príncipe heredero cuando abdica en favor de un hermanastro de más edad que Genji. Mien­tras tanto, por haber muerto Aoi-no-Ue, Genji se casa en segundas nupcias con Murasaki-no-Ue, mujer prudente y virtuosa, sobrina de Fujitsubo.

Pero ahora su tem­peramento sensual ya no puede satisfacerse con castos amores domésticos y el descubrimiento de una relación suya con Oborozukiyo, concubina del joven soberano, envía a Genji desterrado a Suma, aldea situada a treinta millas de Kyoto, la capital. Allí conoce a la bella Akashi-no-Ue, hija de un ex gobernador del lugar, que había pro­fesado en las órdenes religiosas, y del amor entre ambos nace otro hijo. Indultado, Gen­ji vuelve a la capital y poco después sube al trono su hijo, el príncipe heredero. El nuevo emperador, cuando se entera de la verdadera identidad de su padre, colma a Genji de honores, y lo nombra, entre otras cosas, primer ministro, y «Dajó Tenno» (Emperador padre). Pero el destino co­mienza ahora a vengarse de él. Un tal Kashiwagi seduce a la princesa Nyosan, su concubina preferida, y de este amor nace un hijo, el príncipe Kaoru, que Genji cree ser suyo. Entre tanto, Murasaki-no-Ue mue­re, y Genji, que no la ha olvidado nunca, se retira del mundo y muere a los cincuenta y cuatro años. Así acaba la primera parte de la obra, que comprende cuarenta y cua­tro capítulos. Los diez últimos se refieren a la vida y aventuras de Kaoru, el cual, mucho menos afortunado en amores que Genji, su padre putativo, no consigue hacer la corte a una mujer sin que Niou, su tío, se la quite. Y hasta cuando la suerte parece finalmente sonreírle con la graciosa Ukifune, Niou consigue introducirse de noche junto a ella, que lo toma por Kaoru. Cuan­do, demasiado tarde advierte su error, in­tenta lavar su honor con el suicidio, pero se lo impide un bonzo, y al fin ella resuelve entrar en un convento budista.

Kaoru quie­re hacerla salir de allí, para lo cual se va al convento junto con el hermano de Ukifune, al que envía delante con una carta. Al ver al hermano y la misiva, ella, que sigue amando de todo corazón a su Kaoru, estalla de pronto en llanto desesperado pero después se afirma cada vez más en la de­cisión que ha tomado e incluso tiene fuer­zas para afirmar que el dador de la carta no es su hermano, y que jamás ha sido amante de Kaoru. Éste, desolado, se ve obli­gado a regresar a la capital con su compa­ñero sin haber conseguido nada. Genji monogatari es una descripción viva y psi­cológicamente eficaz del ambiente de la cor­te de su tiempo, del cual reproduce admi­rablemente la mentalidad, los gustos, las debilidades, los méritos, y los defectos, en una palabra: la vida. El interés de la no­vela no consiste tanto en su argumento, que repite aventuras amorosas en monótona sucesión, cuanto en la atmósfera psicoló­gica en que se desenvuelven los episodios, y que una expresión palpitante halla en el análisis agudo de la autora. Genji, el pro­tagonista, es el tipo del joven distinguido, amable y elegante, un tenorio lleno de ternura, que conserva siempre un delicado recuerdo de sus amantes. Forma pareja con él Murasaki-no-Ue, prudente, virtuosa y be­lla, en cuya figura la autora ha plasmado su ideal femenino.

La autora describe una sociedad afeminada y entregada al placer fugitivo, sin preocuparse por el futuro, sin apreciar el pasado: una sociedad que vive de un delicado esteticismo, que se complace en alusiones y comparaciones insinuadas, y tiene horror a lo explícito, pero posee una sensibilidad muy suya, una especie de sen­timiento melancólico de lo creado («mono no aware», el encanto, el hechizo de las co­sas). Lo que más importa para los corte­sanos de aquella época, es lo que es «imamekashi» (moderno, de actualidad) y la virtud humana más exaltada por ellos con­siste en poseer un alma llena de sensibilidad delicada («mono no aware wo shiru», com­prender, conocer la íntima melancolía, la íntima belleza de las cosas). La importan­cia del Genji monogatari consiste en haber dado nueva dirección y nuevo contenido al género narrativo («monogatari»). Hasta aquella época, los escritores se habían li­mitado a producir cuentos, por lo regular muy breves, que se inspiraban en su mayor parte, y tal vez exclusivamente, en lo ma­ravilloso y lo fantástico. El Genji monoga­tari es la primera novela realista: innova­ción atrevida, para aquellos tiempos, que el genio de la autora probó con pleno éxito. Su lenguaje es el que se hablaba entonces, y que en manos de Murasaki se torna per­fecto instrumento, apto para la expresión de los más delicados matices del pensamien­to.

Habiéndose vuelto con el tiempo inin­teligible por causa de la diferencia, cada vez más profunda, entre la lengua hablada y la escrita, su texto fue objeto de cuida­dosos y laboriosos comentarios hasta la época de Kamakura (1186-1333), pero, sobre todo, durante la época de los Tokugawa (1603-1868), los magníficos filólogos indíge­nas como Keichü (1640-1701), Kitamura Kigin (1618-1705), Kamo Mabuchi (1697-1751), Motoori Norinaga (1730-1801), y otros, pu­blicaron estudios y comentarios preciosos. En Europa, cuando todavía no había sido traducida totalmente, aquella novela fue mal juzgada por algunos, entre ellos Bousquet, quien llamó a la autora «cette ennuyeuse Scudéry japonaise», mientras otros exageraron en sentido opuesto. W. G. As­ton, él más equilibrado y competente de todos los críticos, resume de este modo las dotes esenciales de la obra y de su autora: «Hay en el Genji, pasión, brío, una abun­dante vena de placenteras emociones, y aguda observación de hombres y costum­bres; una apreciación del hechizo de la naturaleza y un dominio de los recursos de la lengua… Aunque nunca melodramática, Murasaki nos ofrece muchas situaciones y raramente es pesada. Mujer verdaderamen­te culta, aborrece toda pedantería y lujo estilístico, venenos de muchas novelas del Japón moderno». La reciente y excelente traducción íntegra de toda la obra (primera en una lengua europea), ha sido hecha en inglés por el yamatólogo A. Waley en 6 vo­lúmenes [The Tale of Genji, The Sacred Tree, A Wreath of Cloud, Blue Trousers, The Lady of the Boat, The Bridge of dreams, Londres, 1925-1933]; ha suscitado gran nú­mero de comentarios favorables y ha hecho justicia a las dotes de la autora y al fruto de su ingenio. Piero Jahier ha traducido al italiano parte de los dos últimos volúmenes de la traducción de Waley con el título La signora della barca (Milán, 1944), y El pon­te dei sogni (Milán, 1947).

M. Muccioli