Novela del escritor español don Juan Valera (1824-1905), publicada en 1897. En ella son narradas las andanzas y aventuras de Rafaela, llamada «la Generosa» «por sus altas prendas y rarísimas cualidades», que de «moza del partido» llegó, por la innata cualidad de su carácter, a efectuar un ventajoso matrimonio y a figurar en la más alta sociedad de Río de Janeiro y de París, sin perder jamás aquella otra condición que le permitió fácilmente encumbrarse y a la que alude irónicamente el título, sacado del refrán «Genio y figura, hasta la sepultura».
El autor, el vizconde de Goivo-Formoso y John Maury, secretario de la Legación de Su Majestad británica, frecuentaban, en Río de Janeiro, el salón de la señora de Figueredo. El vizconde narra los antecedentes de la mencionada señora: de origen andaluz, él la conoció en Lisboa actuando de «moza de rumbo» y con el solo nombre de Rafaela; enviada al Brasil para actuar y danzar en los teatros, y recomendada al señor de Figueredo, rico terrateniente, casa con él. El ejercicio amoroso de Rafaela trae consigo una gran actividad pedagógica que la lleva a influir no sólo sobre su marido, su director espiritual y sus amantes, sino hasta sobre los criados, perfeccionándolos a todos en el trato, en su compostura y comportamiento. Uno de los amantes de la señora de Figueredo fue Pedro Lobo, criollo furibundo, Ayudante de Campo de Juan Manuel Rosas, dictador de la República Argentina. Le tocó después el turno a Arturito, muerto en duelo con Pedro Lobo, a quien Rafaela curó de sus devaneos en París. Pero el amor al que se entregó totalmente fue el de John Maury. Años después el vizconde se encuentra con Rafaela, viuda ya, en París, y servida por el barón de Castel-Bourdac. Al requerirla de amores, le envía ella un manuscrito de «Confidencias», en el que le cuenta el gran desengaño de su verdadero amor, el de John Maury, la vocación religiosa de su hija Lucía — nacida de sus relaciones con el inglés —. Rafaela muestra su alma al desnudo: su imposibilidad de negarse a los requerimientos, su generosidad, su pérdida de la fe. «Escudriñando yo hasta los más obscuros rincones de mi vida pasada, no encuentro en ellos ni asomo de ruin bellaquería. Esto me consuela. De ciertos pecados, en que con frecuencia he incurrido, después de absolverme el confesor, me he absuelto yo también». Pero ahora ella se ha enamorado, con la misma generosidad, de la muerte, y es éste el rival con quien debe luchar el vizconde. Al llegar él a la casa de Rafaela, ésta se ha suicidado ya.
En Genio y figura… hay un cúmulo de experiencia vital, propio del Valera maduro. En ella recoge el autor recuerdos de su permanencia y de lejanos amores en Río. El tema del amor, tan característico de las novelas de Valera, se resuelve aquí en un plano más natural que en Pepita Jiménez (v.) o en Doña Luz (v.), y Rafaela puede ser, en ciertos aspectos, la contra heroína de esta última. En esta obra encontramos las particularidades estilísticas de Valera y el tema de la lucha entre el amor humano y el divino — tan propio de su concepción psicológica — en la oposición de Rafaela y su hija Lucía. A lo largo de la narración nos parece ver la sonrisa irónica del autor, para quien la vida no tiene ya ningún secreto y aún menos lo tiene el corazón humano. Las interpretaciones exageradas de la teoría de la novela dieron ocasión a que Valera tuviera que salir en su defensa y tuviera que precisar su alcance.
A. Comas
En primer lugar, mi novela va directamente contra una teoría, hoy en moda, y que ha popularizado La dama de las camelias, en novela, drama y ópera: la redención por el amor (Juan Valera)