Genio de la Historia, Jerónimo de San José

Tratado de preceptiva del carmelita descalzo Jerónimo de San José (hacia 1587-1654), publi­cado en Zaragoza en 1651. Muy amigo de Bartolomé de Argensola, a cuyo juicio gustaba de someter sus escritos, hízolo así con el prólogo compuesto para una historia de su orden; pareció al consultado que aquellas páginas tenían interés propio y aconsejó al autor que hiciese de ello una obra independiente. Y así nació esta pro­ducción que vamos a examinar, la mejor en su género, digámoslo por anticipado, que nuestro siglo XVII nos ha legado. El es­collo en que suelen los preceptistas de la historia dar es el abuso de tópicos, repeti­dos por cada uno con la fruición de quien creé exponer novísimos hallazgos. No se libra totalmente fray Jerónimo; pero se percató, sin duda, de que tales trivialidades de nada sirven y lo más de la obra se em­plea en preceptos y consejos de saludable utilidad. Sus prescripciones son por lo co­mún nacidas de copiosas lecturas, tanto de otras preceptivas, antiguas y modernas, co­mo de las historias mismas, donde la efica­cia de cada norma puede someterse a prue­ba. Juicio de historiadores, también hace, y en esa parte tiene máculas imperdonables, como su encendido encomio del inexistente Dextro, una de las ya desacreditadas crea­ciones de la pseudohistoria. Ocúpase tam­bién de los cronistas oficiales, sobre todo los de su reino de Aragón.

Pero lo esencial son las ideas del autor sobre el modo de entender la historia y de guiar a los historiadores al componerla. Destaquemos algu­nos de sus aciertos máximos. Adivinó el in­terés de consignar lo pequeño y cotidiano, que, sin valor por archisabido para los coe­táneos, tanto apetece conocerlo a las poste­riores generaciones. Tuvo también el sagaz atisbo de considerar dote suprema del his­toriador la de acertar a «infundir un soplo de vida» en las reliquias que el pasado nos deja, de forma que «parezca bullir y manearse las cosas de que se trata en medio de la pluma y el papel». Se anticipó a re­comendar exposiciones previas resumidas, que libren al lector, enfrascado ya en el relato extenso, de perder, por el cuidado de los detalles, la visión de la trayectoria esencial de los sucesos. En los puntos de ordinario controvertidos muéstrase siempre discreto. Así, proscribe las descripciones in­necesarias y recomienda brevedad en las convenientes. Los discursos los rechaza cuando son simple exhibición de. elocuencia. En los demás temas tocados, que la falta de espacio impide tratar, muestra igual sensatez.

B. Sánchez Alonso