[Ghaselen]. Colección de poesías de Friedrich Rückert (1788- 1866), publicada en 1818. Lírico fecundísimo, Rückert no tiene ni verdadera originalidad, ni verdadera profundidad de pensamiento. Pero quien guste del sabio juego de la forma, de los malabarismos verbales y métricos, leerá con gusto este poeta que ha sabido tratar las formas líricas más disparatadas, pasando con una rara habilidad del soneto a la octava, del terceto a los más difíciles metros de la prosodia latina y griega, y a las formas complicadas y hasta entonces desconocidas de la poesía oriental. Fue Herder quien atrajo la atención de sus compatriotas sobre el Oriente, subrayando el elemento oriental de la Biblia (v.). Sueño de los románticos y tardío amor de Goethe, el Oriente, a través de la revelación de los mayores poetas persas, llegó a ser también — y especialmente por obra de Rückert — una meta y un faro. Se inspiró en Firdüsi, en Sádi, en Hafiz, pero esencialmente en aquel Gialál ad-Din Rümi, que con su Máthnawi-i Mánawi (v.) representa la más alta expresión del misticismo oriental, y cuyos «ghazal» los derviches cantan desde hace muchos siglos con sus flautas y sus tambores. Fue precisamente esta forma lírica, al mismo tiempo complicada e ingenua, donde por toda la composición se repite cada dos versos la misma rima que, por regla general, resulta de dos, tres y hasta cuatro palabras la que sedujo a Rückert y que él, primero, «trasplantó a los jardines de alemania».
También hoy, en el ocaso de la fama del poeta, las Gacelas forman parte de las cosas mejores que de él nos quedan, tanto porque de Rückert aprendió Platen a componer «gacelas», como por su intrínseco mérito. Revelan, en efecto, estas «gacelas», una casi insospechada agilidad y flexibilidad del idioma alemán, y hacen admirar al artista que sabe servirse de ellas con tal habilidad y que de ellas sabe sacar rimas raras, formas delicadas y flexibles. Las «gacelas» se dividen en cuatro partes: la primera y la segunda se inspiran directamente en Gialál ad-Din, no como traducción, sino como libre reelaboración, a la manera con que Herder recompuso los cantos populares y el Cid (v.). Son cantos embriagados de divinidad, llenos de amor hacia la naturaleza, el mar, la luz, el sol, y el poeta exalta en ellos la pureza y la verdad de Dios, la felicidad del alma que se repliega sobre sí misma, la luz del amanecer espiritual que alumbra la noche de la conciencia. En el cuarto ciclo se deja sentir la influencia de Hafiz, el anacreóntico persa: el amor, el vino, la amistad, la mujer, son sus temas, los mismos que vibran en el Diván (v.) de Goethe, al que estas «gacelas» se acercan de una manera evidente, «con la única diferencia que — dice Scherer — mientras en las ‘gacelas’ de Rückert uno huele el perfume de una rosa, los cantos orientales de Goethe son la esencia destilada de mil rosales».
B. Alláson