[Grundlegung zur Metaphysik der Sitten]. Obra de Immanuel Kant (1724-1804), publicada en 1785, en la que se afirma la necesidad de una filosofía moral pura, «liberada de todo lo que es empírico y que pertenece» a lo que se puede llamar antropología. En efecto, la ética debe indagar no lo que sucede, sino lo que ha de suceder. La fundación de la filosofía moral pura, o metafísica de las costumbres, consiste en la búsqueda y en la determinación del principio supremo de la moral. El Fundamento tiene tres partes y un prólogo. En la primera parte, Kant analiza la conciencia moral común, y encuentra en ella los conceptos de bien incondicionado (que consiste en la buena voluntad), de deber y de ley moral. Éstos no son conceptos empíricos, puesto que no son sacados de la experiencia, sino que son puro.2 o «a priori», pues están presentes en toda conciencia de hombre. Sin embargo, la conciencia común puede ser fácilmente engañada, al no ser adecuadamente defendida contra los sofismas que se le pueden oponer. Hace falta por lo tanto un conocimiento filosófico de los elementos primeros de la moral, que consolide la conciencia moral.
El paso a dicho conocimiento se lleva a cabo en la segunda parte. Un ser razonable, y él solamente, puede actuar según la representación de unas leyes, es decir, según unos principios: tiene, por lo tanto, una voluntad. Ahora, esta voluntad no es más que la razón en su uso práctico, su razón práctica. Pero puesto que su voluntad, además que por la representación de la ley, puede ser determinada por impulsos de naturaleza empírica, la racionalidad se presenta al hombre con fuerza de ley coactiva, o de imperativo, cuyo objeto, por ser moral, no puede ser otra cosa que la forma misma de la ley, es decir, la racionalidad y universalidad de nuestras acciones. Cuando un imperativo depende de unos impulsos empíricos, es hipotético («si quieres alcanzar este fin, tienes que hacer esto»), y desprovisto, por lo tanto, de valor moral. El imperativo moral, en cambio, es categórico, y se expresa de esta forma: «actúa de manera que la norma de tu voluntad pueda llegar a ser una ley universal». Dado que la razón es fin de sí misma, y es lo que constituye la humanidad del hombre, el imperativo categórico se puede expresar también con una segunda fórmula: «actúa de manera que trates a la humanidad, tanto en tu persona, como en la de cualquier otro, siempre como si fuera un fin y no un medio».
Pero, puesto también que la razón en su uso práctico no es más que la voluntad, tendremos que la voluntad de la suprema legisladora, y el imperativo de la moralidad se formulará de este modo: «actúa de manera que tu voluntad pueda considerarse a sí misma, mediante sus normas, como una legisladora universal». Es éste el principio de «autonomía», principio supremo de la moralidad, según la opinión de Kant. En efecto, gracias a él, el hombre es al mismo tiempo soberano, por ser legislador en una esfera de pura racionalidad, y súbdito, por obedecer a la ley que él, como razón, se da a sí mismo. Kant procede, pues, a una clasificación de todos los principios posibles de la moralidad que derivan del concepto fundamental de la heteronomía, opuesto a la autonomía, para pasar, en la tercera parte, de carácter deductivo, a la crítica de la razón pura práctica. En ella pone el concepto de la libertad como clave para la explicación de la autonomía de la voluntad, de manera que el concepto de la moralidad se remonta al de la libertad. Con esta breve obra, Kant puso las bases de su segunda obra fundamental, la Crítica de la razón práctica (v.) y, al mismo tiempo, de todas las filosofías de la libertad que se siguieron durante el siglo XIX.
E. Codignola