Fragmentos de una Enseñanza Desconocida, P. D. Uspenskij

Obra del físico y filósofo ruso P. D. Uspenskij (1878-1947). El autor hizo famoso su nombre en el mundo cien­tífico al publicar diversas obras: La cuarta dimensión, el Tertium Organum y Un nuevo modelo de Universo. Pero todos estos estu­dios no encerraban para el físico ruso otro interés que el de encontrar con ellos el principio de la solución de un solo pro­blema, único que verdaderamente le in­quietaba: la razón de ser del hombre y su lugar en el universo. Uspenskij llegó a con­siderar que semejante investigación no po­día llevarse a cabo por las vías ordinarias. Emprendió un viaje por Oriente. Y fue durante este viaje cuando conoció al inte­resante filósofo Georges Gurdjieff, que es, si se puede decir, el héroe de estos Frag­mentos de una enseñanza desconocida.

Este ensayo, publicado por primera vez en in­glés, no se presenta como un manual lógico, sino como una sucesión de anécdotas, de detalles de la vida cotidiana, de fragmentos de conversaciones, de cálculos químicos y teosóficos y de copias de documentos reco­gidos en el transcurso de ocho años de tra­bajo pasados por Uspenskij junto a Gurd­jieff. Todo ello forma un conjunto desorde­nado y sabroso en el que no se dice todo, según la mejor tradición del esoterismo. Georges Gurdjieff, designado por G. en el libro, fue efectivamente un personaje extra­ordinario. Nació en Caucasia en 1877, reci­bió una formación de sacerdote y de médi­co. Él era quien había fundado el grupo de los «buscadores de la verdad» que recorrían todo el mundo buscando las tradiciones filo­sóficas olvidadas. Gurdjieff había sido direc­tor de las Bibliotecas del Tibet. Más tarde, en 1912, había fundado una escuela en Mos­cú; hasta que, después de varias aventuras en Tifiis y Constantinopla, acabó por instalarse en Fontainebleau en 1922. Gurdjieff murió en París en 1949. Brevemente, se tra­ta de un método práctico de desarrollo inte­rior. G. había encontrado los elementos en Asia y en los más viejos libros del mundo, pero no los había adaptado al carácter occi­dental. G. dio a conocer el estado de no- existencia del hombre. Los hombres viven en un estado de sueño, o de hipnosis, del que no salen la mayor parte de ellos. Du­rante este tiempo se imaginan realizar un montón de cosas, correr de aquí para allá, discutir, obrar, y, sin embargo, funcionan en realidad como simples máquinas, sin ningún movimiento independiente. Aquellas cosas que creen hacer, se hacen en realidad o ante ellos, o a través de ellos, según las leyes de la maquinaria universal. Estas cosas «lle­gan».

Y su llegada fuerza sin cesar la agi­tación del hombre y le provoca continua­mente nuevas ideas, sentimientos y gestos. Es esto lo que hace que el hombre sea cons­tantemente una persona diferente. No po­see de ningún modo un Yo permanente. Instruido así sobre su estado de «idiota», iniciado en sus debilidades, el alumno de G. ve aparecer al mismo tiempo sus po­sibles poderes. Él puede entonces, si lo quiere, o más exactamente, si se somete a un maestro iniciado, despertarse por medio de los ejercicios cotidianos y poco fáciles, ciertamente peligrosos. El estudio de las leyes de la maquinaria de la naturaleza le permite una actividad contra la naturaleza que le conduzca a ese despertar. Evita la identificación, error del hombre que se cree idéntico a sus deseos, a sus pensamientos, a sus emociones. Lucha contra la consi­deración, error del hombre que se identi­fica con otros hombres y procura imitarles. Paralelamente a esta renunciación a las debilidades habituales, el alumno empren­de el trabajo sobre su propio camino. Este camino no es ni el del yoghi, ni el del fakir, ni el del monje. No exige ninguna renuncia al mundo, ninguna monstruosa deformación psíquica, ninguna adhesión a una doctrina artificial, ninguna ascesis mutiladora, sino un armónico desarrollo de todas las facul­tades mediante ejercicios gimnásticos y es­tudios señalados por G. y secretamente cus­todiados por su escuela y por sus afiliados. El discípulo de G. sólo sacrifica sus errores y dolores. Adquiere así la concentración de sí mismo, la posesión de su Yo y una vi­sión del espíritu humano muy distinta de la que enseña la psicología clásica. Éste es el camino del hombre astuto, que llega a ser lo que es en un estado de progresiva lu­cidez y de total disponibilidad.

Pueden encontrarse huellas de esta enseñanza a través de las obras de otros escritores adeptos a la escuela de Gurdjieff, entre ellas de Aldous Huxley, Denis Saurat, Georgette Leblanc y Katherine Mansfield. En fin, Uspenskij ha reunido y resumido los Fragmentos en una colección de conferencias titulada El hom­bre y su evolución posible. ¿Se trata hasta cierto punto de aportar un juicio sobre la enseñanza de Gurdjieff, tal como los Frag­mentos lo dejan entrever? Infaliblemente, este ensayo provoca una viva excitación psíquica. Su éxito entre gran número de intelectuales parece deberse sobre todo a su revelación del fracaso de las otras disci­plinas filosóficas, políticas, religiosas y cien­tíficas, que bajo el pretexto de progreso, de historia o de prueba necesaria, apuntan todas, y todo naturalmente, a la total des­trucción del hombre por el hombre. Ya que los hombres de buena voluntad buscan otra cosa, nada más natural. Gurdjieff y Us­penskij muestran un camino; no obstante, poco se puede decir de él antes de haberlo recorrido.