[Fragmento sull’educazione]. El título de este ensayo, que Gino Capponi (1792-1876) publicó anónimamente en Lugano en 1845, dice simplemente «Sobre la educación»; sólo en las siguientes ediciones se añadió «Pensamientos» o «Fragmento». Es uno de los escritos que mejor caracterizan la abundante contribución católica a la formación del pensamiento liberal en Italia. El Fragmento comienza cuando la polémica antijacobina de Bonald y Maistre estaba desde hacía tiempo aplacada, en Francia se había establecido la monarquía liberal de Luis Felipe, en toda Europa las diversas orientaciones tendían a conciliarse en una síntesis superior y el pensamiento kantiano influía hasta en aquellos que creían combatirlo. Capponi, en efecto, está, respecto a Kant, en la misma posición de Rosmini y de los demás católicos liberales. Parte del hecho de que, por efecto de la revolución francesa, la educación de la juventud había pasado de las manos de los clérigos a las de los laicos. La Restauración nada pudo hacer a este propósito, aun dándose cuenta de las graves consecuencias que el hecho implicaba. La responsabilidad de esto no era del exterminador Voltaire, ni de aquellos hombres y aquel pensamiento que habían echado por la borda las viejas autoridades, sino de los que habían educado a los hombres e inspirado aquel pensamiento, o sea, los jesuitas.
Nacidos «para contener a la humanidad y no para sacudirla», la humanidad se levantó contra ellos y revolvió la insidiosa dialéctica que ellos le enseñaron contra todo lo que ellos defendían. De este modo, haciendo irrisión de todo, todo fue abatido y negado. Pero Juan Jacobo, «muchacho tan poético como si perteneciera a la primera edad del mundo», en la riqueza y santidad de los afectos, en los que vio que consistía la vida, sobrepasó y negó a la razón abstracta. La Ilustración, llevada a sus extremas consecuencias, por este camino se negaba a sí misma y fecundaba los gérmenes del Romanticismo naciente. Pero, caído Napoleón y experimentada la imposibilidad de un retorno a las antiguas fórmulas, los hombres descubrieron el Emilio (v.) y la mayor parte, tomándolo al pie de la letra, lo interpretaron mal. Emilio es la simplificación de una educación abstracta, de la que el educador debe huir a toda costa: es la representación de un absurdo, para que los hombres se guarden de él. Tratar de promover con la razón la intensidad de los afectos es un absurdo, pues la vida consiste precisamente en ellos. La vida, enriquecida por la experiencia de los fracasos, es la base de una educación viril, que halla en los afectos familiares su fundamento y está iluminada por los valores éticos del cristianismo, en el que radica toda la esencia de la civilización de que somos hijos y en la que vivimos.
G. Franceschini