[Les ratés]. Drama en 14 cuadros de Henri-René Lenormand (1882-1951), representado por primera vez en París el año 1920. Cuando, en 1910, Lenormand escribió esta obra, se esforzaba por llevar al teatro un nuevo estilo que reemplazara al tradicional que ordena lógicamente a los personajes y sus sentimientos.
Los Fracasados son unos cómicos que, no habiendo obtenido en París buena acogida, marchan, de ciudad en ciudad y de hotel en hotel, por todas las provincias, alimentando siempre la esperanza de un destino mejor. Sólo esta esperanza facilita la renovación de sus desfallecidas energías y sostiene la hipócrita máscara que les dicta su impotencia. La «tournée» la ha organizado Montredor, un viejo actor, reclutando unos cuantos «comparsas» en torno de una valiente actriz, a quien acompaña un escritor, su amante. Éste es hombre que se adapta mal a la vida y, desde las primeras decepciones que les brinda la aventura, adopta la posición de ignorar la realidad de los hechos, aislándose en el silencioso mundo de sus sueños, donde, a solas consigo mismo, puede satisfacer sus ansias de grandeza. Transcurre el tiempo y, a su paso por las distintas escenas y decorados, los personajes se nos van mostrando cada vez más degradados y llenos de amargura. Sólo la joven actriz guarda el equilibrio, gracias a que sabe amar de tal forma que sólo encuentra su alegría en la seguridad y dicha de su amante.
No obstante, precisa soportar los sufrimientos de aquella miserable existencia, pasar las noches en las frías estaciones cuando las fondas ya están cerradas, e incluso, a veces, brindar su cuerpo a los apetitos provincianos. La vida es dura. Su amante, incapaz de renunciar al ideal que no logra alcanzar, torturado por una desesperación narcisista, cae en el hábito de beber para olvidarse de su angustia. Una mañana se le encuentra adormilado junto a su amiga, a quien ha matado. Cuando vienen a arrestarle y, de súbito, su conciencia se hace cargo de los hechos, se suicida. Este drama realista, dividido en rápidas escenas que multiplicaban los lugares de la acción y cuyos diálogos eran dichos corrientemente en voz baja, brindaba al público del estreno una expresión teatral de indudable novedad. Georges Pitoeff, desconocido por entonces en Francia, supo hábilmente ponerla en escena, valiéndose de cortinajes violeta que ocultaban y descubrían sucesivamente los espacios del juego teatral, infundiendo así pujanza a la obra y proporcionando a los diferentes cuadros su calidad dramática.