[Ansichten und Ideen von der christlichen Kunst]. Obra del crítico alemán Friedrich Schlegel (1772-1829), publicada en Sammtliche Werke, Viena, 1822-25. A través de la observación directa de las pinturas reunidas en París (1802-1804) por los saqueos napoleónicos, y de los monumentos vistos en un viaje (1804-1805) a los Países Bajos y Renania, Schlegel quiere identificar los principios de la antigua pintura cristiana italiana y alemana y de la arquitectura gótica para oponerlos al intelectualismo que, germen de decadencia artística desde el Renacimiento, determinaba en sus tiempos el artificioso neoclasicismo de Mengs y de la escuela francesa.
Según Schlegel, el arte podía resurgir solamente volviendo al sentimiento religioso, como resultado último del libre desarrollo idealista del espíritu. Gracias a este sentimiento, resumido en la doctrina cristiana, las obras de los pintores medievales alcanzaban un alto significado simbólico, incluyendo en armónica totalidad lo que solamente de un modo artificioso fue más tarde dividido en géneros individuales (paisaje, retrato, naturaleza muerta). Tal plenitud sigue manteniéndose en los mayores artistas del Renacimiento: Correggio, Leonardo, Rafael. Pero también éste, el máximo artista, la alcanza, más que en las tardías y celebradas obras maestras, ya mancilladas por la influencia de Miguel Ángel, en las obras del período central, donde las más varias contribuciones de estilo parecen revivir en una tan total coherencia de fines, que reducen al absurdo toda tentativa de definirlo solamente como artista del dibujo o buscador del «bello ideal» abstracto, raíz de todo academicismo. Aquellos esquemas pueden referirse a la «letra» del arte, no a su espíritu, cuando éste es efectivamente poético: aspiración a lo divino, lo mismo si se basa en la religión como en la filosofía. Ésta informará el mismo estudio de la naturaleza. Y mientras la escultura, que alcanzó la cumbre en la edad griega, sigue vinculada a una determinación física, la pintura, en su posibilidad de adecuarse a la infinita multiplicidad de la vida, es el verdadero arte del espíritu, que toda búsqueda de efectos puramente plásticos sólo puede extraviar. Actualmente, llegada la filosofía a ser mera abstracción, limitándose la religión únicamente al ámbito moral, el pintor puede encontrar una guía en la poesía.
De todos modos, no debe olvidar que es poeta no de la palabra, sino del color. La pintura, arte de la completa libertad espiritual, libre de toda necesidad práctica, máximo medio de unión con lo divino, podrá tener un ilimitado campo de representación, con tal de que el elemento espiritual siga dominando sobre el realista o sensible: y de esto sigue siendo Rafael un insuperable ejemplo. La antigua pintura alemana, con la escuela de Colonia, los Van Eyck, Durero, Holbein, se sintió más adherida que la italiana al ideal cristiano por estar inmunizada contra la imitación clásica y ser, aunque con intercambios entre las varias escuelas, individualmente nacional. Tampoco es esto un límite para el arte, sino necesaria determinación contra el peligro del abstracto indeterminismo que han alcanzado los modernos con el falso ideal clásico, el abandono de las tradiciones técnicas y la formación cultural universal. Podrán liberarse de la retórica clásica, mediante la poesía romántica, la antigua poesía española, italiana y alemana, y la de Shakespeare. Pero sólo acudiendo al manantial religioso del sentimiento, según el ejemplo de los antiguos, pueden alcanzar la «belleza cristiana» que frente a la clásica, encanto de los sentidos, se define como aspiración a lo divino, aspiración que puede quedar en nostalgia insatisfecha o llegar a ser pura fe y puro amor.
Una completa expresión de ello en el arte fue la arquitectura gótica, en la que el espíritu cristiano alemán revivió, en libre arrebato de fantasía renovadora, todas las premisas constructivas bizantinas y paleocristianas. Así, Schlegel incluye también el porvenir de las artes figurativas en el neo humanismo romántico, religioso e idealista, del que había llegado a ser apasionado defensor, desarrollándolo, con personales contribuciones, sugestiones e ideas de sus grandes contemporáneos: Goethe, Novalis, Wackenróder. Para la historia del arte valen, además de la actitud metodológica de deducir sus principios constitutivos de la observación directa de las obras, las contribuciones a la revalorización de la antigua pintura alemana y la definición de grandes figuras como Correggio y especialmente Rafael. El peligro se hallaba, en cambio, en la experiencia aún embrionaria del hecho meramente figurativo que originó la imitación, no de los principios espirituales del arte cristiano, sino de sus procedimientos prácticos por parte de la nueva academia de los «nazarenos». Y que el mismo Schlegel acabó por dejarse extraviar por sus mismas ideas, lo indica, en la última edición de la obra, que es de 1823, su apelación a los elementos alegóricos y psicológicos de una «Santa Cecilia» del mediocre nazareno Schnorr.
L. Becherucci