Filosofía Práctica General, Friedrich Herbart

[Allgemeine praktische Philosophie]. Obra de Johann Friedrich Herbart (1776-1841), pu­blicada en Gotinga, en 1808. En ésta, la primera de las grandes obras sistemáticas de Herbart, la ética es referida a la esté­tica y considerada como una subdivisión suya. Los juicios éticos no difieren de los propiamente estéticos. Con su carácter de aprobación o desaprobación, son la expre­sión del agrado o desagrado suscitados in­mediatamente por las relaciones volitivas confrontadas con las ideas prácticas, que son su modelo, de la misma manera que la valoración de lo bello es valoración de una relación de elementos estéticos, agra­dable o desagradable en cuanto se adhiere más o menos a una norma ideal. Pero si es idéntica la construcción de la relación en la estética y en la ética, no son idénticos los elementos a que tal relación se refiere. El juicio moral implica el reconocimiento de un valor que nos pertenece íntimamen­te, que está adherido a nuestra personali­dad y constituye su esencia más preciosa; el juicio estético implica, en cambio, una referencia a un sujeto externo, sin el cual sería imposible hablar de una belleza o de una fealdad. Además, mientras los jui­cios estéticos son facultativos en el sentido de que nada obliga a la consideración de lo bello, los juicios éticos son, en cambio, doblemente necesarios, porque es imposible abstenerse de obrar, como es imposible prescindir del criterio que se halla a la base de la acción. Las relaciones éticas, son, pues, relaciones necesarias de la voluntad, y más concretamente relaciones de una vo­luntad típica, que sirven de modelo a la nuestra; ideales, en suma (ideas-modelo). La primera relación que es menester con­siderar es aquella cuyos términos están constituidos por el sujeto que juzga, y por la voluntad del sujeto que es juzgada.

Esta relación entre el criterio y la volun­tad, su acuerdo, constituye la «idea de la libertad interior», la íntima armonía de la persona consigo misma. Cuando se consi­deran las voluntades como esfuerzo surge la «idea de la perfección», que se refiere a un grado ideal de desenvolvimiento de ener­gía, el cual sirve de modelo al «quantum» efectivo de desenvolvimiento de nuestro querer. ‘Junto a la energía de la voluntad, se aprecia también su bondad, delicadeza, facilidad de situarse en el sentimiento de otra persona, lo cual entra en aquel tipo de relación designado por la «idea de la benevolencia». Cuando se considera la re­lación de dos voluntades reales, cada una de las cuales pretende la posesión exclu­siva de un mismo objeto, esta relación im­plica un contraste que inmediatamente des­agrada. Surge entonces la «idea del dere­cho», que es el acuerdo de varias volunta­des, pensado como regla, para prevenir la lucha. En vez de considerar una o varias voluntades, se pueden someter a examen muchas voluntades, una multiplicidad in­determinada de seres racionales. Entonces se tendrán otras tantas «ideas derivadas» correspondientes a las originarias, pero en orden inverso con respecto a éstas. Se tie­ne, pues, ante todo la «sociedad del dere­cho», expresión del sistema del derecho, a la cual suceden «el sistema compensador», o, como diríamos nosotros, sistema de san­ciones o retributivo, el sistema «administrativo», o del orden conveniente de las actividades humanas, el «sistema de la cul­tura» o de la civilización, correspondiente a la idea de la perfección.

Cuando en la sociedad de los seres racionales son ‘reali­zados los cuatro sistemas expuestos, «vive en la comunidad la misma alma que vive en un cuerpo perfecto». La idea de la li­bertad interior era la expresión del acuerdo entre el criterio y la dirección de la volun­tad; transportado a la sociedad, da lugar a la idea de la «sociedad animada» que resu­me en sí todas las ideas derivadas, del mis­mo modo que la idea de la libertad interior reúne y comprende en sí todas las ideas ori­ginarias. Cuando estas ideas originarias en su conjunto determinan el modo de sentir y de obrar de una persona, se tiene enton­ces la «virtud» en el pleno significado de la palabra, como atributo del individuo y de la colectividad. Pero el ideal de la virtud, tanto en el individuo como en la colectivi­dad, halla límites diversamente determina­dos en el terreno de la realidad: surgen así los conceptos de «ley» y de «deber». Los deberes son distinguidos por Herbart en de­beres respecto a las ocupaciones, a las re­laciones de sentimiento, a las relaciones familiares, al intercambio de servicios, lo cual responde exactamente a la clasificación co­mún de los deberes para consigo mismo, para la familia, para la sociedad, que él hallaba ya en Kant y en Fichte. Si corres­ponde a la pedagogía encontrar las mane­ras más aptas de realizar las ideas morales en el individuo, con respecto a la sociedad, ese cometido no puede asumirlo sino la po­lítica; es un cometido de Estado, que surge de su misma esencia, como fuerza de pro­yección y de unificación de la sociedad. La ética de Herbart, aunque no esté a la mis­ma altura de la de Kant, con la cual se enfrenta de modo especial, es hoy todavía interesante por la clara y exhaustiva des­cripción y análisis de las relaciones voliti­vas fundamentales, la cual constituye el núcleo vital y original de toda la obra, y tiene además el mérito indiscutido de haber dado una sistematización especulativa a la teoría del gusto moral, concebida por Her­bart bajo la perceptible influencia de los moralistas ingleses del siglo XVIII.

A. Saloni