[Philosophie des Unbewussten]. Obra principal del filósofo alemán Eduard von Hartmann (1842-1906), publicada en Berlín en 1869, y dividida fundamentalmente en dos partes: «Fenomenología» y «Metafísica del Inconsciente», La extensa introducción contiene el enunciado del tema y del método seguido por el autor (preferentemente inductivo) además de interesantes consideraciones acerca de los precursores del sistema — en especial Schelling, Hegel y Schopenhauer — y de la finalidad revelada en la naturaleza sobre todo por los fenómenos de la actividad organogénica instintiva. Hartmann sostiene la existencia de una Voluntad y de una Idea inconscientes, demostrando que estos dos atributos son independientes del cerebro, sede de la conciencia, y su íntima unión en la categoría superior del inconsciente; se tiene así la recíproca integración del voluntarismo de Schopenhauer y del panlogismo hegeliano. El principio del inconsciente domina los fenómenos del instinto, de los reflejos, de la virtud curativa de la naturaleza. Pasando a examinar sus importantes manifestaciones en el espíritu humano, se encuentran instintos de repulsión, como el miedo a la muerte, el pudor, el desagrado; e instintos de simpatía, como la caridad, el amor maternal, el amor sexual; a este último es consagrado todo un capítulo que repite — aunque con alguna divergencia — la opinión pesimista de Schopenhauer acerca de esta ilusoria y funesta pasión que tiene por objeto la propagación de la especie.
Hartmann, por ese optimismo que todavía se revela en su sistema con la introducción de la idea hegeliana, no niega la positividad del placer; y deriva la sensibilidad, que Schopenhauer derivaba de su principio voluntarista, del nuevo principio del inconsciente. Éste es también el fundamento de la Moral y de la Estética; en efecto, el hombre, aun conociendo la causa ocasional de la voluntad, y la acción, que es su término, ignora el proceso de la Idea hasta la acción; ignora, por tanto, el motivo profundo del propio Querer. En el Arte el goce estético se presenta como inmediato, exento de razonamientos; y el juicio acerca de lo bello aparece como una disposición de ánimo; incluso a la inspiración — considerada de antiguo como un don divino — se la considera extraña a la Conciencia. Ésta obrará sólo para concentrar todas las fuerzas del espíritu humano en aquella atmósfera de arte en que se manifestará la Idea inspiradora. Después de haber exceptuado el lenguaje como obra del instinto colectivo, Hartmann aduce numerosas pruebas de la inconsciencia del pensamiento; ante todo el origen inconsciente del concepto de semejanza, necesariamente implícito en el procedimiento abstractivo; del principio de causalidad, poseído desde la infancia; de los conceptos puros, los cuales son por lo tanto «a priori» para el inconsciente, y «a posteriori» para la conciencia, que viene a conocerlos por medio de la experiencia. Idéntico origen inconsciente atribuye Hartmann a la intuición espacial, mientras niega el tiempo subjetivo de Kant y de Schopenhauer; mantiene la realidad objetiva, establecida por el acto instintivo que transforma en objetos reales las sensaciones.
Siguen observaciones acerca del misticismo, considerado como conjunto de las manifestaciones del Inconsciente en la Conciencia, y acerca de la historia, resultado de las acciones egoístas de los individuos; los cuales, creyendo trabajar para sí, contribuyen en cambio al progreso de la Humanidad. Pero en medio de tanta actividad inconsciente, ¿qué función tiene la Conciencia? Ésta proporciona ante todo su motivo a la voluntad; además, puede modificar su carácter, siempre que la reflexión oponga una regular resistencia a los deseos que queremos desarraigar; y, además, frena la voluntad que la pasión querría hacer obrar, y la determina con vistas a un bien mayor venidero. Hartmann deriva del Inconsciente la propia Conciencia, la materia, y la individualidad. En la primera demostración, manteniéndose entre el materialismo y el espiritualismo, reconoce que la Conciencia está ligada a las vibraciones cerebrales, pero no es un producto exclusivo de la materia, porque se genera en el fondo del principio metafísico, como emancipación de la Idea de la voluntad, que está en oposición con ella. La Conciencia es, pues, para Hartmann, como ya lo era para Schopenhauer, voluntad insatisfecha, y por lo tanto, dolor. En la demostración de la no- autonomía de la materia con respecto al inconsciente, procede primero a la reducción de la materia a fuerza — según los principios de la física dinámica — y sucesivamente a Voluntad de Idea, que son, en efecto, respectivamente, la tendencia de la fuerza a producir el movimiento y el fin perseguido, esto es, la real producción del movimiento. De donde resulta que el mundo material es, en el fondo, el mismo mundo espiritual.
La individuación es explicada como producto de los actos volitivos particulares del Inconsciente, por medio de los cuales se establecen en la realidad otras tantas fuerzas individuales. En’ el juicio acerca del mundo presente, Hartmann repite una idea leibniziana: si en el momento de la creación del Universo se hubiera presentado a la Inteligencia inconsciente — mucho más aguda e intuitiva que la consciente— la posibilidad de un mundo mejor, ella lo hubiera efectuado, sin duda. Esta aserción no excluye, sin embargo, la concepción pesimista de Universo como tal, y de la preferibilidad de su inexistencia. En el mundo, efectivamente, no se halla la felicidad; a esta convicción se llega después del largo camino por la vía de la Ilusión, en la cual Hartmann distingue tres estadios. Primero, la felicidad es concebida como accesible en esta existencia; después, como alcanzable en una vida trascendente; y finalmente, como conseguible en la progresiva evolución cósmica. La Conciencia tiene el cometido de liberar, no sólo al Individuo, sino al mundo todo, del insoportable peso de la existencia, enmendando el error de la voluntad y determinándola al no-Ser. La Conciencia pesimista debe aniquilar con la voluntad negativa el Querer positivo, que se manifiesta en el mundo, hundir el Ser en el no-Ser. El individuo participará con todas sus fuerzas en la redención cósmica. El principio moral del hombre consistirá, en efecto, en hacer de los fines del Inconsciente metafísico los fines de su propia Conciencia.
A. Cori