[Vorlesungen über die Philosophie der Religión. Nebst einer Schrift über die Beweise vom Dasein Gottes]. Obra de George Wilhelm Friedrich Hegel (1770-1831), publicada en 1832 y ampliada en 1840. Es obra póstuma, redactada por Marheineke sobre lecciones dadas por Hegel desde 1821 a 1831. Es necesario examinar el concepto de religión, primero en sí mismo, universalmente, en segundo lugar en su determinabilidad, en cuanto tiene en sí la posibilidad del límite y de la diferenciación; y finalmente como noción que, volviendo sobre sí misma desde la oposición y desde la diferencia, las suprime y realiza enteramente su forma. Esta división, que debemos llevar al seno mismo del concepto, es el ritmo de la vida del espíritu, que hay que seguir para explicar y demostrar el concepto en su desarrollo intrínseco, en las etapas sucesivas de su historia. En cuanto es elevación a la verdad, la religión es una esfera en que el espíritu se libera de los objetos sensibles y finitos. Lo universal se convierte en objeto del pensamiento, pero no es aún un objeto y un pensamiento desarrollados y determinados. El primer momento del concepto de religión es, pues, el universal puro, el pensamiento en su universalidad formal.
El proceso ocurre en cuanto lo universal se determina per se, y esta determinación de sí mismo constituye el desarrollo de la idea de Dios. El momento de la particularidad, que está implícito en lo universal, se explica cómo lo opuesto al universal: es la conciencia en su individualidad, el sujeto en el estado de inmediatez. De esta manera se establece la oposición entre la conciencia del Yo como yo pensante, universal activo que se eleva por encima del yo individual, y el Yo como sujeto inmediato. El Yo, conciencia infinita y absoluta, a la vez que naturaleza empírica, es la relación entre dos extremos, cuya unificación es alcanzable mediante una continua lucha interior. Este conflicto no es la indiferencia de los momentos el uno respecto al otro, sino su conexión. El Yo no es solamente conciencia infinita en lucha con la naturaleza finita, ni ésta en oposición con aquélla, sino los dos opuestos, en conflicto entre sí, la lucha misma, la gradual y continua conciliación. La relación de los términos, a veces escindidos y opuestos, a veces de nuevo unificados, se manifiesta a través de tres formas: el sentimiento, la intuición, la representación. Estas formas de la conciencia religiosa, por medio de las cuales la conciencia finita se eleva a lo Absoluto, surgen de la necesidad de la relación, en la cual reside el concepto mismo de religión. El movimiento por el cual la relación se establece y se resuelve, es aquel por medio del cual el concepto de Dios deviene objeto de sí mismo.
En el primer momento, la conciencia subjetiva encuentra aún ante sí el objeto absoluto como su opuesto, y la relación con este objeto no es aún conciencia de sí. Surge, por lo tanto, el temor de lo Absoluto, ante el cual el individuo no ve en sí mismo más que un ser finito y accidental. Pero la oposición es superada en cuanto el sujeto adquiere el sentimiento de su participación en lo Absoluto; en el sentimiento de Dios hay un elemento substancial que se encuentra junto a elementos accidentales surgidos de las tendencias individualistas. Si el sujeto no se despoja de su naturaleza puramente individual y no se eleva hacia la naturaleza objetiva, substancial y absoluta, no adquirirá conciencia de sí mismo, no podrá extraer de los elementos accidentales el elemento substancial que hay en el fondo de su naturaleza. La unificación y la reconciliación de los elementos contrarios es actividad interior del sujeto y es la esfera del culto. Cuando la religión es realmente relación y supresión de la escisión, el culto está realmente constituido; es un proceso viviente. Pero el culto se determina también a través de tres momentos: de la unidad presupuesta, de la escisión, de la unidad que se restablece después de ésta. De manera que el culto es el mismo eterno proceso en el cual el sujeto se considera como idéntico a su esencia. Considerada la religión en su concepto, es necesario pasar a las determinaciones de su contenido; en efecto, la religión está total y universalmente contenida en su concepto, pero para pasar a la existencia, debe ser conciencia de lo que es el concepto, debe desarrollarse en el tiempo, históricamente.
La religión determinada, en cuanto no ha recorrido el círculo de sus determinaciones, es la religión finita, histórica, que existe solamente bajo una forma particular; la serie de estas formas particulares es la historia de la religión. Los momentos esenciales de la religión (sentimiento, intuición, representación, culto) se presentan en cada grado de su desarrollo; la diferencia surge de la relación e cada grado y el concepto de su totalidad. A los grados inferiores, los momentos del concepto de religión aparecen como presentimientos, como productos accidentales de la naturaleza, puesto que el espíritu puede estar en posesión de una verdad sin tener una conciencia clara de ello. El esfuerzo del espíritu para conducir a una unidad en la interioridad de la conciencia, el principio de las religiones precedentes y desarrollar su esencia, da lugar a la sucesión de las religiones determinadas: la hebraica, la griega, la romana, la cristiana. El Dios de los hebreros es la «unicidad», que es unidad abstracta, no considerada aún como espíritu. En Grecia la religión de la belleza nos presenta un conjunto de individualidades divinas libres, pero que están subordinadas a la necesidad, puesto que les falta la unidad interior, absoluta. El Dios de los romanos existe como finalidad universal, el cual, empero, no tiene como finalidad la misma verdad universal, sino el dominio universal del mundo; es, por lo tanto, una finalidad política, externa y no espiritual. La verdad de la noción de religión se revela en toda su plenitud en el Cristianismo: aquí la noción es objeto de sí misma, y a causa de este conocimiento el espíritu es «per se» lo que es «in se»: ésta es la religión perfecta y absoluta, la conciencia de lo que es espíritu, Dios. Las formas determinadas y diferenciadas de religión (los momentos finitos) sirven para que el espíritu pueda conseguir la total noción de sí mismo, conocer lo que es «in se».
La religión revelada, el Cristianismo, es la religión evidente en su universal pureza, porque Dios está en ella totalmente manifestado. En ella todo está adecuado al concepto, en cuanto hay la conciencia del espíritu, de la reconciliación: no de la reconciliación en la belleza, en la alegría, sino en el espíritu. Este desarrollo de la religión es la verdadera Teodiceda. Éste demuestra la necesidad de todos los productos del espíritu, puesto que el espíritu, viviente, activo, y su vida y su actividad, consisten en dar a sí mismo, a través de su manifestación, la conciencia de sí mismo como principio de toda verdad. La obra, cuyos elementos han ido elaborándose ya desde los escritos juveniles de Hegel, está en abierta oposición, por una parte, con el teísmo abstracto de la Ilustración y, por otra con el sentimentalismo religioso de un Jacobi o de un Schleiermacher. Pero el carácter teorético mediante el cual Hegel determina la naturaleza de la religión, les pareció a los partidarios de Schelling y particularmente a Kierkegaard, no adecuado para definir la esencia íntima de la religiosidad. El planteamiento del desarrollo historico cultural de la religión influyó grandemente, tanto en las directrices historico críticas de la escuela teológica de Tübingen, como en la dirección antropológica de la izquierda hegeliana, sobre todo Strauss y Feuerbach.
E. Codignola