Filosofía de la Realidad, Eugen Dühring

[Wirklichkeitsphilosophie]. Título de la segunda edición, publicada en Leipzig en 1895, del Curso de filosofía [Kursus der Philosophie, 1875], obra sistemática del filósofo alemán Eugen Dühring (1833-1898), principal re­presentante del Positivismo alemán. El prin­cipio de razón suficiente es para Dühring un principio de nuestro intelecto por el que éste tiende a establecer entre los fe­nómenos una conexión continuada. Pero éstos se presentan más bien en forma dis­continua (ley del número determinado) de modo que el intelecto a cada momento debe renovar el propio problema, orientando las propias indagaciones en una nueva direc­ción; lo cual es el principio de razón defi­ciente. Pensamiento y realidad tienden con­tinuamente a identificarse, se oponen y so­breponen, y en este ritmo se desenvuelve la vida del saber. Sin embargo, hay entre ellos una conexión fundamental, porque de otro modo no se podría comprender el éxi­to, aunque parcial, de su identificación. Esta conexión es interpretada por Dühring en un sentido cada vez más radicalmente rea­lista, o sea, en el sentido de que la realidad es capaz de engendrar una estructura de la conciencia, adaptada en sus formas a la constitución de la realidad misma.

Las le­yes del pensamiento, como estructura real de la conciencia, derivan y en cierto modo reflejan las leyes de la realidad. Este mar­cado realismo que se nota especialmente en las últimas obras en comparación con las primeras — y especialmente a la Dialéctica natural [Natürliche Dialektik, 1865] —se traduce en una cerrada crítica al criticis­mo, al fenomenismo y al idealismo, y da lugar a una concepción característica, aun­que ambigua, de la realidad. Pues, por un lado, Dühring es netamente materialista: la materia es el principio constitutivo de la realidad; pero por otro lado, su concepto de materia es muy amplio y comprende no sólo el sustrato de los fenómenos mecáni­cos sino también de los biológicos y psico­lógicos. Así que el materialismo no le im­pide adoptar una concepción finalista de la naturaleza, entendiendo por finalidad el obrar coordinado de la mayoría de elemen­tos. La naturaleza es para Dühring un todo diferenciado (ley de la diferencia) y su uni­dad se compone sobre una tensión infinita de elementos divergentes, y es por esto in­cesante proceso, cuyo límite es una armonía superior. También en el campo ético la vida humana se forma sobre la base de las necesidades naturales, pero el sentido de la simpatía que abarca todos los hombres hace que la estructura social tienda a un más alto fin que al acuerdo de las necesidades mismas.

La evolución ética tiende a una armonía entre el máximo de individuación y el máximo de socialización. Esto no es posible en el Estado moderno que tiene sus orígenes en la violencia, sino en una socie­dad libre en que las relaciones de produc­ción y consumo estén sometidas a una di­rección social, para que la personalidad individual adquiera libertad y eficacia. Düh­ring ve tal sociedad como el límite natural de un pacífico progreso por lo cual pone en decidida oposición a la concepción historico dialéctica y el principio de la lucha de clases del marxismo. La Filosofía de la realidad es la obra más sistemática de Düh­ring; no faltan, sin embargo, en ella los aspectos^ polémicos: es éste un tono que acompaña todos los escritos del filósofo berlinés, cuyas ásperas vicisitudes perso­nales expuso en Cosas, vida y enemigos (Sache, Leben und Feinde, 1882). La cegue­ra física, la dureza de carácter, la violencia polémica, las injusticias y las enemistades provocadas, inciden también sobre su obra y su pensamiento. Él, que admira los siglos precedentes, el siglo XVII por sus grandes ideas, el siglo XVIII por su realización teórica y práctica, siente el propio siglo como retrógrado e identifica a menudo sus enemigos personales con los enemigos de la verdad y de la civilización. Y esta falta de serenidad especulativa se deja notar en su síntesis, presurosa y ambigua, que más que resolver confunde y anula los problemas y simplifica las soluciones prácticas.

A. Banfi