[Philosophie de la liberté]. Obra del filósofo suizo Charles Secrétan (1836-1895), publicada en París en 1879. Está dividida en dos partes: la «Idea» y la «Historia». Dios es «voluntad absoluta»; existe porque quiere ser: es causa de sí mismo, que libremente decide ser. No depende de nada, ni siquiera de la razón; su voluntad encierra todo poder, hasta el de limitarse. ¿Cómo se llega a esta noción de Dios? Por medio del concepto de «deber»: si yo soy libre, debe haber un Dios libre, porque la libertad en el efecto implica la libertad en la causa. ¿Pero cómo se demuestra el deber? De él se puede dudar racionalmente, pero no prácticamente. Identificada la esencia divina con la pura libertad, Secrétan extrae de ella los demás atributos de Dios: incomprensibilidad (es racionalmente imposible demostrar a Dios), omnipotencia, eternidad, omnisciencia, etc. El universo es producto de Dios, de la voluntad absoluta. El ser de Dios es la voluntad: Dios quiere ser Dios, esto es, quiere el mundo. La creación es acto de la voluntad divina, acto desinteresado de amor. Dios no crea el universo porque le sea necesario existir y crear: crea el universo por el universo, pero la libertad no puede crear sino libertad; el universo es libertad creada, Dios es libertad absoluta.
Es firme propósito de Secrétan evitar y combatir el panteísmo. Del mismo modo que la libertad es la esencia de Dios, es también la esencia del hombre; al mismo tiempo, es el principio del deber. El imperativo moral reza así: realiza tu libertad. El hombre que ama en sí mismo a Dios, realiza su personalidad distinta de la de Dios y, por otra parte, ligándose a él por amor, lo completa y le devuelve la plenitud del ser que se había despotenciado al crear fuera de sí. La segunda parte de la obra es menos rica en motivos especulativos. Son tratadas en ella diversas cuestiones de teología, entre las cuales el pecado original (para Secrétan es una caída universal, anterior a -la del primer hombre), el mal, etc. Entre sus muchos argumentos son fundamentales los referentes a la libertad y a Dios. Secrétan parte del axioma indemostrable de la «unidad del ser», y afirma que substancia, vida, espíritu, libertad absoluta, son las cuatro etapas de la ascensión dialéctica hasta la cima del absoluto, que es todo espíritu y libertad. «Yo soy lo que quiero»: ésta es la fórmula que expresa la esencia del absoluto. A diferencia del absoluto, el espíritu finito es a un mismo tiempo espíritu y naturaleza. El absoluto, en cambio, está privado de naturaleza, porque la naturaleza es derivada y secundaria. Es naturaleza todo lo que es determinado. La libertad absoluta no puede ser determinada y es, por lo tanto, incomprensible; pero es precisamente característica del absoluto el ser incomprensible. Es la naturaleza lo que se puede definir, pero el absoluto no tiene naturaleza. Así caracterizado, el «absoluto no es lo que nosotros llamamos Dios; produce a Dios, crea los atributos de Dios».
«El absoluto, en su esencia y en su potencia» es diverso del «absoluto en acto», existente; el primero es la «negación de toda naturaleza», es el «abismo insondable de la pura libertad»; el segundo «es un hecho», y sólo a él «pertenece propiamente el nombre de Dios». El absoluto, como libertad absoluta en sí negativa, se torna positivo haciéndose Dios, esto es, creando el mundo con un acto de libertad. Dios es, pues, «un hecho». Junto a la inteligencia, el Absoluto crea la verdad y el bien, los atributos morales y los metafísicos. Al concepto de libertad van ligados los de crear y de creación. El amor es un acto: no un sentimiento, sino un libre querer. Dios es voluntad de hacer el bien sin otro fin que hacerlo. El amor, libertad que obra libremente, es el motivo de la creación. La creación es «gracia», esto es, algo no debido y no previsible; el universo existe por la gracia. La creación, por parte del Creador, es gratuita, es obra de amor. La Filosofía de la libertad ofrece originalidad de pensamiento y vigor dialéctico, especialmente en el problema de la conciliación de los dos conceptos incompatibles de unidad de substancia y de libre creación. Esto conduce a Secrétan a una síntesis, si no lograda, ciertamente vigorosa, de teísmo y panteísmo. No faltan contradicciones y momentos de fatiga debidos también a la complejidad de la obra, como no faltan nebulosidades y, alguna vez, pasajes forzados. Con todo, la obra de Secrétan queda como una de las tentativas más doctas y sistemáticas de reelaboración del espiritualismo místico, a través de Fichte y de Schelling y una revisión original de los momentos más importantes de la historia del pensamiento. Tal vez sea ésta la parte mejor y más viva de la obra.
M. F. Sciacca