Fedra, Gabriele D’Annunzio

Una de las más conocidas obras dramáti­cas de Gabriele D’Annunzio (1863-1938) es también una tragedia, Fedra, en tres actos y en verso, representada y publicada en 1909. Como todas las obras d’annunzianas, desde Las Vírgenes de las rocas (v.), se inspira en la ideología de la Ciudad Muerta (v.) o mejor, la repite exactamente: así como Leo­nardo dió muerte a Bianca Maria, también Fedra mata a Hipólito, no para vengarse de haber sido rechazada por él, sino para vencer a Afrodita y para domar en sí mis­ma su incestuoso amor por su hijastro. Así podrá al fin celebrar su nombre «como el nombre de quien trastorna antiguas / leyes para imponer una ley suya arcana» («come il nome de chi sovverte antiche / leggi per porre una sua legge arcana») y atraer adre­de sobre sí la ira de Artemisa, injuriándola como casta e inútil protectora del difunto Hipólito, mientras ella, aun en la muerte, resulta victoriosa, ya que pura de culpa, se junta con su amado. En cuanto al tema, por lo tanto, no hay ninguna novedad, si no fuese el dominio, la composición e in­cluso la rigidez estilística, que salva esta obra en relación con la Nave (v.), dema­siado verbosa. Es una composición que tra­duce en grafito decorativo el ejemplo de los trágicos griegos, el cual resalta en la no­bleza de la elocución, en los pasajes líri­cos insertos aquí y allá como estrofas co­rales, en la invención y conducción de los episodios.

Con todo, la obra tiene especial importancia en la evolución de la poesía d’annunziana, precisamente porque en ella antes que en la novela Quizá sí, quizá no (v.) se percibe el nacimiento del D’Annun­zio no ya solar, sino «nocturno», que se preparaba en las prosas todavía inéditas de las Chispas del mallo (v.), esto es, un D’Annunzio en quien la embriaguez pánica se ha convertido en un estremecimiento de sombra, sin perder nada de su propia sensualidad, pero obteniendo, en un repliegue sobre sí mismo, el máximo de espiritua­lidad concedido a su sensible naturaleza. Así en el antiguo tema superhumano, en el más antiguo tema de la desesperación mor­tal inherente a la voluntad, se advierte una cadencia sorda y vibrante, distinta de la languidez del Poema paradisíaco (v.) y de la naturalística obscuridad del San Pantaleón (v.): es una inquietud, un ansia de sombra, de paz negada y de muerte. «Avevi l’ombra delle cose invisibili / su la tua voce triste» [«Tenías la sombra de las cosas invisibles / sobre tu voz triste»], dice en un determinado momento Hipólito, hablan­do en sueños: en su misma vaguedad, la imagen indica bien el tono de la obra. Por esto lo mejor de la obra no está en los lu­gares que repiten los antiguos temas he­roicos, sino en los pasajes desesperados y voluptuosos, bañados en la nueva sombra que más arriba hemos dicho, donde se pro­yecta espantosamente la amenaza del Hado, que es también el peso de la invencible voluptuosidad. Véase particularmente la es­cena entre Fedra e Hipólito en el acto II.

E. De Michelis