Fausto, Nicolaus Lenau

La última reelaboración del período romántico es el Fausto, poema de Nicolaus Lenau (Niembsch von Strehlenau, 1802-1850). Concebido embrionariamente en sus años de estudiante, y comenzado en 1834, fue publicado en parte en el primer volumen del «Almanaque primaveral» del año 1835, y terminado en 1836, apareció en edición definitiva, completada y revisada en 1840. En 1833, de regreso a su patria después de las amargas desilusiones de su aventura americana, Lenau había encontrado a toda la alemania literaria todavía bajo la im­presión de la segunda parte del Fausto de Goethe, recién publicado; y al sentimiento pesimista de la vida que a él le dominaba, nada podía parecerle más opuesto y contra­dictorio que la serena fe en la vida por la cual el Fausto goethiano es redimido. Así surgió en él la idea de contraponer al Fausto de Goethe un poema suyo, en el que había de verter todas sus tristezas y todo el tumulto de sus desesperados pen­samientos. Fausto tenía que acabar, no en el Paraíso, sino en el Infierno; y la inten­ción del poema debía ser «psicologicometafísica», «expresión del espíritu de la nueva época».

La tentación de su Fausto es de hecho la duda religiosa, entendida byronianamente como pecado de orgullo. Fausto desafía a Dios, y decidido a alcanzar la verdad aunque sea a través del pecado y la culpa, se da al demonio, el cual primero lo hace pasar de una a otra mujer, pro­creando criaturas que nacen muertas o a las que se mata, y luego le hace ser asesino por amor, convirtiéndolo así en enemigo, no sólo de Dios, sino también de la natu­raleza, y por lo tanto, enemigo de sí mis­mo «que se muerde a sí mismo como un escorpión». En estas escenas eróticas, en las que la realidad y el sueño se confunden y los remordimientos se sobreponen a los goces, Fausto pierde de vista su fin: la busca de la verdad., No vuelve a encontrarlo hasta las últimas escenas, cuando, ha­blando con un marinero escapado como él de la tempestad, le envidia su perfecto ateísmo, aquel «pertenecer por entero al mundo de acá», sin tormento. Pero él no puede escapar a la duda; en el acto mismo de rogar a Dios, le desafía, y mientras quie­re huir de Él, se siente atado a Él en cuanto criatura. Todos los fantasmas de la in­fancia se agolpan a su alrededor, ante todo el de su madre. Su congoja aumenta; duda ahora incluso de su propia realidad subs­tancial, y, perdido, se da la muerte.

Pero no por ello logra escapar al infierno, ya que precisamente ahora, en este momento en que reniega de sí mismo, de la vida y de Dios, se hace presa del diablo. Son en total 45 escenas, que en varios modos ofre­cen al poeta la ocasión de dar libre curso a su «Weltschmerz», en situaciones cada vez nuevas y distintas. Pero en conjunto la fi­gura de Fausto queda incierta, oscilando entre un ateísmo amargo y un panteísmo spinoziano. En cambio en algunas escenas como el «Cortejo nocturno» y la «Tem­pestad» — la obra alcanza acentos de ele­vada poesía, capaces de sostener la com­paración con las mejores obras líricas del autor. Trad. italiana de Fabio Nannarelli (Milán, 1890) y de Vincenzo Errante (Ro­ma, 1919).

G. F. Ajroldi