La primera obra en que la leyenda aparece musicalmente elaborada es el Faust de Ludwig Spohr (1784-1859), representado en Praga en 1816. Después de las reformas de Francfort en 1818, la obra entró en el repertorio de los mayores teatros alemanes, ingleses y, sobre todo, franceses, donde figuró, por más de treinta años, entre las óperas clásicas de la escuela alemana al lado de las de Weber, Kreutzer y Lortzing. La trama, con gran riqueza de episodios nuevos y no ligada con la historia tradicional, se desarrolla a través de un libreto mediano que falsea su contenido, resolviendo la representación en una narración casi mecánica. Los personajes son Mefistófeles, Fausto, Rosina, pura muchacha enamorada de Fausto, y Cunegunda, que languidece en la cárcel por haber rechazado a Fausto, y es liberada por su amado Hugo. Pero Fausto pide a Mefistófeles el poder, de conquistar a Cunegunda, alejando, al mismo tiempo, el amor de Rosina. Así, mientras los felices desposados celebran sus bodas en un banquete, Fausto bebe el filtro mágico del amor y se presenta a Cunegunda, la cual, trastornada, se vuelve amorosamente hacia él. Hugo se cree entonces traicionado y ataca a Fausto, pero es mortalmente herido.
Rosina, desesperada, se ahoga, mientras Mefistófeles, triunfante, arrastra a Fausto a los infiernos. La ópera figura, musicalmente, entre las mejores de Spohr; pero también aquí la expresión, contenida en fríos esquemas, no encuentra aquel calor romántico que anima, en cambio, las obras de un Weber; y los intentos por lograr una barroca riqueza inventiva o una vibración melódica de más libre sentimiento se pierden en la árida construcción de la partitura y en el eclecticismo de sus modelos. Aun así, esta relación entre forma clásica (particularmente sentida a través de Mozart) e inspiración romántica, encuentra en el Fausto de Spohr algunas páginas de cálida inspiración, como algunas arias, el breve «adagio» de la orquesta antes de la entrada de Fausto en el segundo acto y, sobre todo, algunos coros, elaborados con mesura y sensibilidad por los efectos armónicos vocales. Merece también recordarse el tiempo de minué del primer acto y la polca durante el banquete nupcial, que figuraron entre los pasajes más célebres de la ópera durante los años de su mejor fortuna. Pero falta, en medio de tanta sabiduría constructiva y tanta riqueza técnica de instrumentación, una inspiración genuina y unitaria. A ello se debe que, a semejanza de las demás óperas de Spohr, el Fausto haya caído en el olvido.
L. Rognossi