Fábulas Literarias, Tomás de Iriarte

Setenta y seis fábulas en verso del poeta español Tomás de Iriarte (1750-1791), publicadas en 1882, que van desarrollando toda una poética bajo la forma de los apólogos. La obra fabulística de Tomás de Iriarte es de valor incier­to. Abundan en ella las formas duras y prosaicas, que unidas al mal gusto de la época han hecho que su obra sea poco atendida por la crítica, aunque alguna de sus composiciones haya llegado a ser popu­lar y alcanzara extrema difusión durante el siglo pasado, hasta el punto de ser cita­do por Schopenhauer. Iriarte desentierra algunas formas métricas olvidadas, como el dodecasílabo y el alejandrino, pero en con­junto sus fábulas son desiguales. El pro­grama literario que expone en esta obra es típico de la preceptiva neoclásica: dicta reglas de arte, propugna la claridad y el someterse al gusto de la época, etc. Con este fin están escritas las Fábulas, que por esto califica de literarias y algunas de ellas son alusivas a personajes y literatos de la época (García de la Huerta, Ramón de la Cruz, Samaniego, Meléndez Valdés, etc.) e incluso tienen un carácter polémico que motivaron la réplica de Juan Pablo Forner en El asno erudito. Una de sus fábulas más famosas es El burro flautista, cuya morale­ja de que los burros aciertan sólo por ca­sualidad («y sonó la flauta por casualidad») es una sátira contra los autores que no obe­decen las reglas del Neoclasicismo, que sólo pueden acertar por azar.

Otras fábulas dig­nas de destacarse son «La cabra y el caba­llo», «La música en los animales» (en la que describe un coro horrísono de anima­les, en el que todos pretenden el aplauso y ninguno teme errar, símbolo de los es­critores que quieren la gloria para sí y la culpa para los compañeros), «El ruiseñor y el gorrión» (en la que el primero, a pe­sar de saber cantar muy bien, aprende y se perfecciona constantemente, y el otro se ríe, símbolo también de los autores sabios y necios). Iriarte da consejos a los litera­tos principiantes, señala los peligros del aplauso, de emprender obras superiores a sus fuerzas, sobre la verdad, etc. La obra de Iriarte pertenece enteramente al espíri­tu de la poesía didáctica del siglo XVIII, de la que Iriarte fué el principal representante y a la que Menéndez Pelayo atribuye «falta absoluta de numen y de color poético». Iriarte es ingenioso, pero frío, y tiene de la poesía el concepto de una función moral, didáctica y literaria. Sus apólogos versifi­cados están al servicio de sus opiniones literarias, opiniones que, por otra parte, son un «simple corolario de las corrientes neoclasicistas italianas y francesas. Esto expli­ca asimismo la variable fortuna de su obra, que acogida con gran interés por los con­temporáneos, hoy nos aparece como una simple recopilación de fábulas, que puede figurar dignamente al lado de las recopila­ciones de la Europa de los siglos XVII y XVIII, pero que no sobresale por méritos extraordinarios. Pero el carácter moral está mucho más acentuado en el otro autor de fábulas de su tiempo, Samaniego (v. Fábu­las morales), mientras que las de Iriarte constituyen un documento de actitud lite­raria que las hace interesantes desde el pun­to de vista de la historia literaria y de las escuelas. El momento en que escribieron Iriarte y Samaniego es uno de los más des­graciados de la literatura española, en el que prevalecía sólo el ingenio, pero en nin­gún modo la sensibilidad, imposición de un tiempo y de un gusto contra el que intentó reaccionar la escuela salmantina.