Fábula dramática puesta en música al mismo tiempo por Jacopo Peri y Giulio Caccini. Al reproducir la fábula que ya Poliziano trató en el Orfeo (v.), Rinuccini creyó oportuno cambiar el desenlace, y sustituyó el trágico fin del tormento de Orfeo (v.), por otro más agradable, fingiendo que, rescatada de los infiernos su bella esposa, el músico poeta vive con ella feliz y contento. La fábula tiene un desarrollo más narrativo que teatral; pero está escrita en un lenguaje poético, norido y gracioso, que anticipa las afectaciones de la Arcadia (v.), y está compuesta con un exquisito sentido de las exigencias del teatro y de la corte.
El prólogo es recitado por la «Tragedia» y la fábula comienza celebrando la boda de Orfeo y Eurídice (v.) cantada por el coro, por los pastores y las ninfas, y con la maliciosa alegría de Orfeo que invoca a la noche. Dafne (v.) llega de improviso y cuenta que Eurídice ha muerto por haberla mordido una «serpiente terrible y despiadada», y, a los lamentos de Orfeo, añade el coro los suyos, «Muerte terrible, cómo pudiste / obscurecer tan dulces ojos». Pero, en seguida, viene Arcetro hablando de la cruel angustia de Orfeo, al que Venus Cv.) socorre consoladora, llevándolo a los infiernos, donde merced a su canto, logra el héroe enternecer a Plutón y Proserpina y recobra a su esposa. El pastor Aminta anuncia el prodigio, y los esposos cantan su nueva felicidad.
M. Ferrigni
* La obra, en seis escenas, Eurídice, que Jacopo Peri (1561-1633) compuso sobre el libreto de Rinuccini, se representó en Florencia, en el Palacio Pitti, el 6 de octubre de 1600, con motivo de las bodas de María de Médicis con Enrique IV. Perdida la Dafne de 1594, es la primera ópera propiamente dicha que nos queda. Sobre el libreto conciso y adecuado de Rinuccini, que supo dar reales palpitaciones de humanidad dramática a las figuras de la acción mitológica, Peri compuso rigurosamente su programa intelectualista; más allá de las complicaciones polifónicas, en la sencillez del canto fúnebre tratado según los acentos verbales y las emociones de los personajes, supo hallar el ideal de la perdida música griega a través de un «hablar cantando», esto es, a través de una declamación expresiva consistente en «una armonía que, sobrepasando la del hablar ordinario, descendiese tanto de la melodía del canto que tomase la forma intermedia entre palabra y canto».
A primera vista, la música de Eurídice aparece como una recitación ininterrumpida, sostenida por las sencillísimas armonías del bajo cifrado. La imperturbable compostura, la lógica racional y necesaria, la exacta diligencia de la notación musical de frases, palabras, acentos, la recta y honrada presentación del verso, son las dotes intelectualistas de la primera ópera musical. Con gran cautela y sin ningún énfasis, ocurre sin embargo que en los momentos dramáticos de mayor emoción la línea recta y esquemática del recitativo casi se estremece y se afina fugazmente en una insólita belleza de contornos, y se insinúa en notas de conmovida melodía. Son estos momentos expresivos raros e inolvidables por la delicada penetración y por la exactitud de acentos. Hay momentos de estos en el parlamento de Orfeo, con el que comienza la escena segunda: «Antri, ch’a’ miei lamenti…», en el que resalta especialmente la gentileza melódica de la invocación a Venus: «Bella madre d’amor…», y, sobre todo, el gran lamento de Orfeo en los infiernos: «Funeste piaggie…», que no son todavía un aria, pero están ya sin embargo organizados estróficamente con ropaje musical, aunque con la máxima libertad. Aquí la conmoción púdica de la melodía, dócil a todas las formas sintácticas y expresivas del verso, consigue resultados de altísima poesía, gracias al carácter puro y esencial de las simplicísimas relaciones tonales.
M. Mila
* También Giulio Caccini (1560-1618), émulo de Peri, compuso sobre el mismo libreto una Eurídice, ópera en seis escenas, que se representó en Florencia en 1602. Fue compuesta en 1600, al mismo tiempo que la ópera del mismo nombre de Peri, y también en ésta se insertaron algunas arias de Caccini en la primera representación. Sirve también para esta ópera de Caccini, cuanto se ha dicho para la Eurídice (v.), de Peri, con la diferencia, sin embargo, de que Caccini, aunque muy partidario de las teorías florentinas sobre la necesidad de potenciar simplemente las palabras con una declamación expresiva, demostró ser un músico de más fácil vena melódica, más inclinado a pasar de la rigidez del recitado a la composición total, si no del aria, a lo menos de la frase o del motivo. Sobre el intelectualismo del teórico, prevalece muy a menudo el gusto del cantante, la delectación del virtuoso. Esta diferencia sustancialmente fue ya notada por los contemporáneos, pues el conde Piero Bardi, mecenas de la Camerata florentina, definía de este modo a los dos músicos rivales: «Peri tuvo más ciencia, con pocas cuerdas, y con exacta diligencia, halló manera de imitar el hablar familiar, y adquirió gran fama. Caccini era más elegante en sus invenciones» (v. también Orfeo).
M. Mila