Dos cartas de San Pedro forman parte de las siete Epístolas llamadas católicas que siguen, en el Nuevo Testamento, a las 14 Epístolas paulinas.
La primera fue escrita en lengua griega, tal vez el año 64, y va dirigida a los hebreos dispersos del Ponto, de Galacia, Capadocia, Asia y Bitinia. Está fechada en Babilonia (V, 13), que aquí, como en el Apocalipsis (v.), indica tal vez Roma. Destaca en ella un parecido de pensamientos, de expresiones, de enseñanzas con las Epístolas de San Pablo: es enérgica, vehemente y densa en sentencias. Su estilo es conciso, elevado, autoritario y dulce a un mismo tiempo. El propósito de la carta es exhortativo. En una primera serie de exhortaciones el autor expone la dignidad del cristiano, la sublimidad de su vocación y la santidad de la vida que debe ser su consecuencia (I, l-II, 10). Desde el capítulo II, 11 al IV, 6, San Pedro con graciosas comparaciones recomienda obediencia, paciencia, respeto a la autoridad, amor hasta hacia los enemigos, concordia entre los hermanos.
La tercera y última parte (IV, 7-V, 14) contiene instrucciones para una vida pura y santa, primero para todos indistintamente y después para los pastores de almas en particular. En toda la epístola está presente Jesús con sus padecimientos y sus consejos. La segunda carta, escrita unos meses después, es considerada como continuación de la primera. Va dirigida a las mismas personas: lo dice el autor mismo, con las palabras «He aquí la segunda carta que os escribo» (III, 1). Generalmente se presume que Pedro la dictó poco antes de su martirio, como se puede deducir del apartado I, 14. Se puede descomponer en tres partes. En la primera (I, 1-21), San Pedro recuerda los principios generales según los cuales deben los cristianos atenerse tenazmente a la doctrina recibida y a la práctica de las virtudes.
En la segunda (II, 1-22) condena máximas y costumbres de los falsos doctores cuya perversión de mente y corazón describe en fuertes términos y enérgico estilo. En la última (III, 1-13), ataca los frívolos argumentos con que aquellos sectarios se proponen desacreditar la doctrina de los fieles. Las bellezas literarias abundan aquí más que en la primera. El estilo es vigoroso, a menudo impetuoso. En toda ella se advierte una viveza especial y un esplendor impresionante de metáforas. Cierta diversidad de estilo entre esta carta y la precedente ha hecho dudar de su autenticidad. La Iglesia la ha acogido en el canon tridentino, incluyéndola entre las siete epístolas católicas.
G. Boson