[Essai sur les fondements de la psychologie et sur ses rapports avec l’étude de la nature]. Obra fundamental del filósofo francés elaborada en 1812 y publicada después de su muerte por E. Naville. Señala la evolución máxima del pensamiento de Biran. Nació la obra con ocasión de la pregunta planteada en el concurso de la Academia de Berlín «¿Qué es el Yo?»,con la que se relacionan los puntos siguientes: «¿Cuáles son los hechos primitivos de la psique humana? La dualidad tradicional Sujeto-Objeto, en la que parece agotarse el hecho de conciencia, ¿es verdaderamente primitiva? ¿Es la «conditio sine qua non» del infinito fluir de los fenómenos psíquicos?». Maine de Biran responde analizando cómo y hasta qué punto han sido resueltas estas cuestiones por los grandes filósofos que le precedieron.
Los sistemas racionales-apriorísticos de Descartes, de Leibniz y las teorías de Kant (su contemporáneo) parecen crearle una identificación absolutamente arbitraria entre la experiencia de la razón, que se expresa en fórmulas lógicas, y la experiencia empírico-sensible. La realidad lógica no puede coincidir ni cambiarse con la ontológica. El famoso postulado cartesiano «pienso, luego existo», se basa en una inferencia que, del hecho primitivo de la conciencia «pienso», pasa ilegítimamente a la deducción de la sustancia pensante del alma, «luego existo». «Puesto que no pienso siempre, no existo sólo como ser pensante, para quien es esencial el pensamiento» — observa Biran —, y querer abandonar la experiencia interna para deambular por los dominios de la metafísica le parece una absurda ilusión humana. Pasando luego a Leibniz y a su sistema monadológico de la «armonía preestablecida» (v. Monadología), Biran declara la insuficiencia de dicha «idea-fuerza» que habría de señalar el paso desde el estado afectivo-inconsciente y aconsciente al estado consciente-aperceptivo.
Por fin las «categorías trascendentales» de Kant (v. Crítica de la Razón pura) le parecen una genial construcción del espíritu, con maravillosos esquemas ordenados, pero, en sí misma, vacía y ciega por estar separada de la experiencia psicológica. Por otra par- té los sistemas empiristas «a posteriori» (de Bacon, Locke y Condillac) le parecen haber absorbido toda la experiencia interna en la experiencia externa, sensible (el hombre interno se desvanece para dejar paso al hombre externo): Bacon, que se ha limitado a verificar la sucesión de los efectos fenoménicos, nunca ha ascendido, en la construcción de sus «leyes», al principio de causa: Locke, con su análisis de las sensaciones, ha creado una física experimental del alma; Condillac ha reducido el hombre a una estatua, a un fantoche mecánico. Según Biran, en cambio, el «hecho primitivo de la conciencia» no aparece ni como el alma y sustancia de Descartes, ni como las posibilidades abstractas de Leibniz, ni como la dualidad kantiana de forma-materia, sino «como esfuerzo motor y voluntario que en un momento dado de nuestra vida orgánica asume (como fuerza hiperfísica) el mando de nuestro cuerpo y vigila como un centinela sobre los músculos, transformando los actos que al principio eran reflejos en movimiento autónomo».
Cuando más vigorosa e intensa es nuestra madurez espiritual, tanto más maravillosamente dicho esfuerzo hiperfísico plasma, domina y dirige a la materia que _ se le resiste. Esa es nuestra conciencia móvil y, al mismo tiempo, idea-fuerza contra la resistencia externa; principio de causalidad eficiente y por ello de libertad, y principio de identidad, pues el Yo se reconoce de ese modo uno e idéntico, a través de la variación de las sensaciones. Este único hecho psicológico — este esfuerzo que puede ser continuo o accidental— produce el «fiat» de la conciencia, lanza el puente entre la materia y el espíritu; y cuanto más fuerte se hace la tensión voluntaria de los músculos (atención), tanto más fina y ágil se hace la inteligencia humana, que expresa las formas más sutiles de lógica y de sentimiento. Mientras en los escritos precedentes la actividad teorética de Biran se había dirigido a sacar a la luz la dualidad de la naturaleza humana, basada en la antinomia entre cuerpo y espíritu, en esta obra el esfuerzo hiperfísico es analizado y elevado a «principio de libertad y de autonomía», de modo que la investigación especulativa del filósofo adquiere un carácter esencialmente ético.
El hombre considerado en función de una triple vida: de los sentidos, de la inteligencia y del espíritu, y da origen a infinitos problemas, muchos de los cuales han hallado su solución en el psicoanálisis de Freud. Pues la eficaz originalidad del pensamiento de Biran (siempre sostenida e iluminada por un estilo que une a la precisión una sensibilidad y delicadeza de expresión casi poética) puede medirse también por los vínculos, que cada vez se reconocen más profundos, con el pensamiento filosófico contemporáneo.
O. Abate