[Saggio sopra l’architettura]. Fue publicado por Francesco Algarotti (1712-1764) en Pisa en 175-3 y reimpreso en Liorna en las Obras, 1764-1765; se publicó nuevamente en la edición de Cremona, 1778-1784 y en la de Ve- necia de 1791-1794, que es la mejor, con viñetas de Raffaello Morghen y de Francesco Novelli. El Ensayo aislado fue editado también en Venecia en 1784, con una dedicatoria a Malvasia. En la breve disertación se refutan las ideas del padre Cario Lodoli (1690-1761), singular personalidad veneciana que se ocupaba práctica y teóricamente de las arte plásticas, especialmente de arquitectura, y se anticipó a Semper sosteniendo el «motivo racional del estilo, en el espíritu del racionalismo ilustrado de su tiempo» (Schlosser).
Insiste sobre la función del material en el estilo, condenando la costumbre, prevaleciente desde los tiempos más antiguos, de ocultar el material para que parezca otro; sostiene, con un sentido muy moderno de la arquitectura, que la función vital del edificio se debe expresar claramente en su representación; por tanto hay que evitar, entre otras cosas, las llamativas fachadas ornamentales que disfrazan un armazón que no les corresponde. Ello implica en el pensador, además de una actitud anti barroca, una posición de escepticismo hacia la antigüedad, a la que Lodoli reprocha, en el momento del más robusto clasicismo, la irracional transferencia de los sistemas estructurales de madera a los de piedra. Ahora Algarotti, refutando como dijimos, pero también explotando dialécticamente los conceptos lodolianos, se opone a la idea que en un edificio debe verse solamente lo que es parte integrante, y que es «afectación y falsedad» todo lo que no es tal. Esta tesis, dice, induciría al arte a ser más racionalista que la naturaleza, que, «habiendo adornado con penachos las cabezas de numerosos animales, y haciendo cosas similares sin ninguna utilidad ^ práctica», demuestra complacerse también en todo lo que es puro adorno.
En contra de ella, además, está la obra de los mejores arquitectos, de Vignola, por ejemplo, y Palladio. De la coincidencia de «función» y «representación» se derivarían en efecto «unas consecuencias demasiado terribles», ya que todos, o casi todos, los edificios considerados hasta ahora como «modelos del arte», deberían ser condenados. Por lo que se refiere a la idea de Lodoli que nada es más absurdo que hacer creer que un material es otro, Algarotti, apoyado en la autoridad de Vitruvio, sostiene que, implicando la arquitectura un fin originario de protección del hombre contra la intemperie, necesidad que en un principio cubrieron los árboles, la madera fue el primer material empleado. Tal uso originario imprimió a las estructuras caracteres esenciales, de los que los arquitectos no supieron emanciparse por completo, ni siquiera cuando la piedra y los ladrillos llegaron a ser el medio constructivo habitual.
La parte del tratado en que Algarotti lleva a cabo la verdadera refutación de las ideas de Lodoli está planteada sobre las discutibles objeciones que son habituales. Parte viva es más bien la enunciación, aunque discontinua, de las ideas de Lodoli. Como éste no dejó nada escrito, el Ensayo sobre arquitectura contribuye a hacernos conocer sus ideas que sistemáticamente fueron ilustradas más tarde por el procurador veneciano Andrea Memmo (v. Elementos de arquitectura lodoliana). En este Ensayo Algarotti aparece como un escritor fácil y suelto, en cuyo estilo se notan claramente las influencias de los ensayistas franceses contemporáneos; es autor, en cuanto al tema, no muy profundo, aunque de lectura fácil y especialmente un ágil y plausible divulgador de las ideas ajenas.
M. Pittaluga