En Busca del tiempo perdido, M. Proust.

Ciclo narrativo. Comprende 7 novelas íntima­mente unidas entre sí.

En la primera parte de Por el camino de Swann (1913), el Narrador, llevado por una asociación fortuita, evo­ca el mundo de su infancia en Combray: con las amadas figuras de la madre, la abuela, la anciana tía Léonie, y la de la fiel Françoise. Los paseos diarios lo llevan en dos direcciones opuestas: el camino de Méséglise (donde vive Swann con su hija Gilberte y el músico Vinteuil, un genio aún desconocido) y el camino de los Guermantes, los grandes aristócratas que se le aparecen lejanos y casi irreales al Narrador. En la segunda parte, que constituye casi un relato aparte, Unos amores de Swann, se evoca la pasión de Swann por la famosa demimondaine Odette de Crécy, que luego se convertirá en su mujer: dejado de lado por la mejor sociedad, Swann frecuenta el salón de los Verdurin, ricos burgueses con pretensiones intelec­tuales. En la tercera parte el N. cuenta las vicisitudes de su amor adolescente por Gilberte, con los Campos Elí­seos como telón de fondo.

En A la sombra de las muchachas en flor (1919) el jovencísimo N. conoce al escritor Bergotte y a la gran ac­triz la Berma, mientras que el amor por Gilberte se des­vanece lentamente. Se dirige a Balbec, la gran playa de moda, y allí encuentra al joven Robert de Saint-Loup, emparentado con los Guermantes, que lo presenta a su tío, el barón de Charlus; pero el N. está encantado sobre todo por el grupito de las «muchachas en flor», Andrée, Albertine, Rosamonde y sus amigas.

En El mundo de Guermantes (1920-21) el N., nuevamen­te de regreso en París, se va a vivir con los suyos a un ala del hotel de los Guermantes, a los cuales apenas entrevió en su infancia en Combray. Se enamora de la du­quesa y para poder acercarse a ella se traslada unos días a Donciéres, la ciudad en la que presta servicio militar Saint-Loup. Traba conocimiento con la amante de Ro­bert, la joven actriz Rachel, y frecuenta el salón de Mme. de Villeparisis. Muere su abuela materna: el N. reanuda su amistad con Albertine y se entera de que Charlus es homosexual.

En Sodoma y Gomorra (1922) aparece por última vez Swann, desahuciado por un mal incurable. Las vicisitudes del amor de Charlus por el violinista Morel y del N. por Albertine transfieren la escena desde París a Balbec y lue­go a la Raspeliére, la villa de los Verdurin. Habiendo casi olvidado para entonces la muerte de su abuela, el N. se in­terroga acerca de la importancia del amor que experimen­taba, y descubre las «intermitencias del corazón». Cuan­do sabe que Albertine ha tenido relaciones lésbicas con Mlle. Vinteueil, decide llevársela de inmediato a París.

La prisionera (póstuma, 1923), y La fugitiva (postuma, 1925), están dedicadas al amor por Albertine, a quien el N. tiene como prisionera, en espera de casarse con ella. Sus celos morbosos, sus sospechas y sus miedos son de nuevo excitados por el ejemplo de Charlus, traicionado por Morel. Muere Bergotte, y Charlus cae cada vez más bajo: si estas vicisitudes vienen a subrayar la vanidad de la vida, el Septeto de Vinteuil confirma al N. en el con­vencimiento de que ésta puede ser rescatada por la eter­nidad del arte. Ya casi indiferente ahora con respecto a Albertine, el N. se dispone a dejarla cuando la fuga y lue­go la muerte accidental de la muchacha vuelven a encen­der su pasión. Pero el tiempo borra también este amor: el N. se enamora de una joven a la que primero no re­conoce, pero que luego resulta ser Gilberte. Ésta se casa con Saint-Loup: los dos caminos, el de los Guermantes y el de Méséglise, se encuentran. Pero muy pronto el N. descubre que Saint-Loup es homosexual como su tío, Charlus.

En El tiempo recobrado (póstuma, 1927) el N. pasa al­gunos días en Tansonville, en la villa de Gilberte. Juntos evocan episodios de la infancia, pero Gilberte sufre a cau­sa de las infidelidades de Saint-Loup. Estalla la guerra. En el París bombardeado Charlus prosigue la busca de sus particulares placeres. Muere Saint-Loup, mientras el astro de los Verdurin asciende cada vez más en el hori­zonte mundano. Termina la guerra: al cabo de una es­tancia de varios meses en una casa de reposo, el N. se di­rige a una recepción de la princesa de Guermantes (que no es otra que Mme. Verdurin, la cual, tras quedarse viu­da, ha contraido en seguida segundas nupcias). Encuen­tra en ella a viejos amigos, pero le es difícil reconocelos, desfigurados y condenados por el tiempo como es­tán. Una irregularidad del pavimento del patio, el tinti­neo de una cuchara dejada en el plato, le traen de repen­te a la memoria momentos del pasado que le llenan de una inefable alegría. Decide ponerse a escribir la obra en la que lleva pensando desde su juventud para resucitar el pasado, del que ha descubierto los infinitos pliegues, en la poesía.