Entre las distintas composiciones juveniles de Ludovico Ariosto (1474-1533), las Elegías vulgares en tercetos conservan aún su interés histórico y poético, si bien es más apreciable la habilidad con que el poeta las ha construido, que su escueto valor artístico. En una elegía, la ciudad de Florencia lamenta la enfermedad que había de conducir al sepulcro a Lorenzo de Médicis, duque de Urbino; en otra, Ariosto, solo ante la naturaleza indiferente, se queja de la ausencia de la amada; en otra evoca el gozo del amor, elevando un himno en loor de la belleza de su amada; en otra se detiene con complacencia en sus sufrimientos de amor, y exalta la pasión y las amorosas penas, preferibles a la fría quietud de la vida solitaria.
Junto a un vago petrarquismo la naturaleza de Ariosto se muestra sutilmente sensual, dominada por la belleza visible de las cosas, capaz de sentir el dolor sin ser vencido, de gozar de la fascinación de una criatura sin ceder a la amargura de la pasión. Si no se encuentran aquí las delicadezas de los Poemas latinos (v.) o la humanidad de las confesiones que se advierte en las Sátiras (v.), se hallan en estas Elegías variaciones refinadas y garbosas sobre el eterno tema del amor.
C. Cordié