[Der Wanderer und sein Schatten]. Obra filosófica del alemán Friedrich Nietzsche (1844-1900), escrita en Engadina en 1879 cuando ya el autor estaba casi ciego, publicada en 1880 como «segundo y último suplemento» a Humano, demasiado humano (v.) y en sucesivas ediciones unida a Opiniones y sentencias mixtas.
El Viajero y las Opiniones son compilaciones de aforismos, en número de trescientos cincuenta y cuatrocientos ochenta respectivamente, ordenados, como Humano, demasiado humano, en nueve grupos: «De las primeras y últimas cosas»; «Para la historia de los sentimientos morales»; «La vida religiosa»; «Del alma de los artistas y de los escritores»; «Indicios de cultura superior e inferior»; «El hombre en la vida social»; «La madre y el hijo»; «Una mirada sobre el Estado»; «El hombre a solas consigo». Domina en estas obras el mismo espíritu que en la primera colección de aforismos, esto es, una decidida voluntad de protegerse de toda forma morbosa de romanticismo y trascendentalismo. Nietzsche se manifiesta en algunos pasajes de estas obras como «un pesimista que de vez en cuando sale fuera de su piel, pero siempre vuelve a entrar».
Prosigue en estos escritos la búsqueda y construcción de una «filosofía meridiana», el aprendizaje del arte de defender la vida contra el dolor, a costa de aparecer como un ser «sano y malo». Como dice el autor, hay en estas obras mucho silencio, luz, delicada locura, secreta exaltación. Aunque la disposición y traza del Viajero y de las Opiniones siguen las huellas de lo dicho en Humano, demasiado humano, y la idea general con que las tres obras están concebidas es una sola, hay sin embargo entre ellas una gran diferencia, ya que el tono de las últimas publicadas es menos áspero, menos agresivo contra el pasado y la filosofía de la trascendencia. En la primera recopilación, en efecto, no habría encontrado lugar un pensamiento como aquel, nobilísimo, que cierra las Opiniones, titulado «Viaje al país de las Hadas», donde Nietzsche declara haber evocado con ayuda de las hadas a los grandes espíritus, más vivos que los de los vivos, de Epicuro y Montaigne, de Goethe y Spinoza, de Platón y Rousseau, de Pascal y Schopenhauer, y sentido continuamente su mirada fija en él.
Otro tanto puede decirse de los admirables idilios «Et in Arcadia ego», «A mediodía» y «Desdoblamiento de la naturaleza» del Viajero. En el primero, la vida de unas criaturas sencillas y fuertes, dos pastores fornidos, que se le revelan sobre el fondo imponente y deslumbrador de los montes de Engadina, le produce un escalofrío de adoración y le hace recorrer el mundo heroico- idílico de la Antigüedad clásica. El segundo es una inspirada meditación sobre las reacciones interiores del que, ya al mediodía de una vida que comenzó tempestuosa, queda maravillado por una quieta y arcana llamada a la contemplación, luego es despertado de esta pánica serenidad para ser de nuevo atraído hacia las tempestades de la vida. El último está penetrado del «agradable terror» que se apodera del que, como Nietzsche, advierte que ha vuelto a encontrarse a sí mismo como otro yo en la verdadera patria que halla entre el sol, los bosques y las nieves de un país «donde Italia y Finlandia han hecho alianza».
El último aforismo del Viajero preludia un tiempo por venir, en que al hombre, libre de las cadenas y ennoblecido, se le podrá proponer la «máxima de oro», el mandamiento cristiano de la paz y del amor al prójimo. Cierra esta obra, que es de liberación de la sombra de la trascendencia, pero en la que se trasluce también frecuentemente el sentido de nuevos valores, una despedida en forma dialogada entre la Sombra y el Viajero: bella página entre melancólica y sutil, diseñada sobre el trazo de un diáfano simbolismo. [Trad. española de «La España Moderna» (Madrid, s. a.)].
G. Alliney