[The True Intelectual System of thè Universe]. Obra de Ralph Cudworth (1617-1688), filósofo inglés perteneciente a aquel ‘grupo de teólogos y filósofos conocidos con la denominación de «platónicos de Cambridge», polemistas religiosos, unidos en su propósito de combatir la incredulidad, el ateísmo y el materialismo, que sostenían una religión protestante de carácter liberal, «latitudinario».
Entre ellos, Cudworth es el más sistemático y el más original; el Sistema, publicado en 1678, en la misma época que otras obras fundamentales del pensamiento europeo (v. los Pensamientos de Pascal, la Investigación de la verdad de Malebranche, la Ética de Spinoza, etc.), tuvo escaso éxito. El enemigo contra el que Cudworth combate es sobre todo Hobbes, pero el plano apologético se amplía hasta convertirse en una defensa general del espiritualismo contra el materialismo, de la religión contra la impiedad, y se desenvuelve a través de una serie de discusiones y citas, tan pesadas como doctas, que hacen de ella un monumento de erudición. En un principio, Cudworth quería tan sólo defender el libre albedrío contra todas las formas del fatalismo. Para él la religión consiste en tres principios; la existencia de Dios, la naturaleza eterna del bien y la libertad de la voluntad; su propósito era defenderlos contra el fatalismo. Pero no llegó a pasar de la primera tesis, la existencia de Dios: el Sistema contiene tan sólo la crítica del ateísmo fatalista.
El libro comienza con una difusa exposición de las filosofías antiguas y del pensamiento cristiano: en ella sostiene Cudworth que ya los paganos tenían una idea de la existencia y de la unidad de Dios, y demuestra a continuación la existencia de Dios usando todos los argumentos clásicos. Cita también el argumento ontológico, diciendo que Dios no es más que un ser absolutamente perfecto, y que a un ser absolutamente perfecto le es necesaria la existencia. Pero Cudworth no tiene seguridad del valor de este argumento; reconoce que no convencerá a los ateos. Prefiere partir del postulado de que debe haber algo que exista por sí mismo en la eternidad, y observa que si cabe pensar en un ser necesario, esto es posible, también debe existir. Recurre asimismo a los argumentos de la creación, del orden del universo; pero la prueba a la que concede más importancia es la derivada del hecho de que la materia no puede explicar el pensamiento, y que en consecuencia es imposible que el universo sea completamente material. Existen así elementos intelectuales inmutables en el universo, y si pueden existir es que debe haber un supremo Ente espiritual que los conoce.
Esta es la idea fundamental de la filosofía de Cudworth; tal filosofía no es expuesta aisladamente; se mezcla de continuo con la demostración de la existencia de Dios, de la imposibilidad del fatalismo, y es objeto de reexposición en su obra póstuma, Tratado sobre la moralidad eterna e inmutable [A Treatise concerning Eternai and Immutable Morality, 1731], concebida, sin embargo, no como una apología, sino como un sistema autónomo. El intelectualismo de Cudworth (que da el título al Sistema) se funda en un análisis del conocimiento. Acepta la distinción aristotélica entre la sensación y el intelecto, la primera pasividad pura. Pero sostiene que la sensación como tal no nos da a conocer nada, precisamente porque es pasiva. La mente reconoce las cosas porque posee ya en sí los «noemas», es decir, las ideas de la esencia de las cosas, que permiten reconocerlas. La mente es activa, no porque crea las ideas, sino porque las adapta, las aplica a las cosas que ve; como puede verse, nos hallamos en pleno platonismo, con ciertas variaciones.
Estos «noemas» constituyen la esencia real de las cosas, son lo que se mantiene inmutable en la variación de los fenómenos. Pero aquéllos no existen (como las ideas de Platón) en un mundo en sí; están contenidos en la mente de Dios, creador que, por un lado, crea las cosas situando como centro individualizante el «noema» o idea; por otra parte, comunica los «noemas» a las mentes humanas con una iluminación directa comparable a la afirmada por San Agustín. Por otra parte, estos «noemas» no son tan sólo conocimientos: como en la creación dan origen a las cosas, conservan de modo permanente esta especie de impulso, siendo la verdadera actividad del mundo, verdades productivas. Se ha dicho que en la mente humana son el verdadero móvil en la formación de los conocimientos, y así se entrevé (ya que en ninguna de sus dos obras llegó Cudworth a exponer su moral) qué es aquella «moralidad eterna e inmutable» que habría debido explicar. Como centros de actividad y causas originales, los «noemas» dan origen a la teoría más precisa de Cudworth: la teoría de la «naturaleza generadora», a la cual dedica una amplísima disertación como apéndice al tercer capítulo del Sistema.
Ésta representa un retorno integral a las viejas ideas, a las teorías clásicas y del Renacimiento sobre una animación universal, sobre la existencia de un espíritu del mundo y de principios en la materia que la hacen desenvolverse y producir, contra toda la nueva ciencia y, especialmente, contra la tesis de Descartes y Hobbes, de que los fenómenos físicos son explicables por las fuerzas físicas, por la materia y el movimiento, de modo mecánico. Cudworth protesta contra esta tesis, que aceptaría con el mecanismo una fatalidad universal para explicar los fenómenos del mundo y una concepción materialista y atea.
M. M. Rossi