El trompetero de Saekkingen, Joseph Viktor Scheffel

[Der Trompeter von Saekkingen]. Poema heroicocómico de Joseph Viktor Scheffel (1826-1886). La introducción, también en verso, fechada en Capri en 1853 en la pri­mera edición de 1854, nos presenta este poemita como «rudo hijo de la montaña, de mejillas redondeadas, nacido en Roma en un momento nostálgico, durante una noche de Carnaval».

A la primera siguie­ron tres ediciones en los años 1858, 1862 y 1865, cada una de ellas con nuevas introducciones. La historia de Werner Kirchhof, el trompetero, ex estudiante de Heidelberg, nos lleva a las comarcas de la Selva Negra y del Palatinado, durante la guerra de los Treinta Años, o sea, no al ambiente del catolicismo medieval tan gra­to a los románticos, sino al barroco más realista. Werner Kirchhof nos pone de pronto en contacto con las popularísimas figuras de Heidelberg, entre las que des­taca el enano Perkeo, famoso bebedor de un tonel entero de vino. Tocando la trom­peta alegremente, a caballo de su muía, llega Werner a un castillo renano con ayuda del santo patrón del lugar, el gran San Fridolino, y se enamora, naturalmen­te, de la joven castellana, que tenía fama de ser muy bella. El idilio comienza con una sabrosísima escena, en la que la bella Margarita se hace también una hábil trom­petera.

Las cosas van de tal modo que gracias a tanta enseñanza, puede ella salir un día durante el asalto al castillo, en el que por defenderla Werner queda herido y a punto de morir. Margarita le salva la vida gracias a su trompeta, el idilio florece, mas el altivo castellano no puede consen­tir en la boda de su hija con un pobre trompetero, y los jóvenes tienen que sepa­rarse. Pero dos años después se encuentran en Roma, donde Werner ha hecho carrera, convirtiéndose en director de la capilla papal. El papa Inocencio XI, compadecido por su desgraciado amor, hace a Werner marqués de Camposanto (traducción de Kirchhof), y con ello vuelven los novios juntos al castillo para casarse. El verso es melodioso y fácil, y el humorismo, bené­volo; pero no faltan tampoco los rasgos irónicos y románticos, a cargo del gato filó­sofo Hididigeigei, que recuerda el de Tieck (v. El gato con botas) y el de Hoffmann. Lleno de salud y de frescura, el poema es sobre todo vivo en su sentido pictórico, en las descripciones de paisajes y de masas.

Basta recordar la procesión de San Pedro, en la que Scheffel pasa revista, con la lige­reza de espíritu y la viveza de color de un cuadrito de género, a todos los perso­najes de la corte papal de Inocencio XI.Pocas obras literarias han alcanzado tanta popularidad en alemania como ésta; el buen Werner con su enorme trompeta fue representado en todos los tinteros, pisapapeles, etcétera, así como en estatuas y estatuitas de yeso y de bronce de los últimos años del siglo pasado.

G. F. Ajroldi