El Tristan de Liones, Algernon Charles Swinburne

El Tristán de Liones [Tristram of Lyonesse], poema en nueve cantos y un pre­ludio de Algernon Charles Swinburne (1837- 1909), fue publicado en 1882. El poeta se inspira en el mismo ciclo del rey Artús, que parecía gozar de una vida renovada en­tre los contemporáneos; pero su desarrollo se halla en claro contraste con la circuns­pección victoriana.

Lo que atrae a Swinburne no es el color medieval, sino la amo­rosa pasión que emana de la historia de Tristón. «He querido contar esta historia — declara el poeta — no diluida y degradada como lo ha sido recientemente por manos extrañas, ni desfigurada por correcciones o deformada por transformaciones, sino tal como aparecía a los contemporáneos de Dante». La fuente principal de Swinburne es Sir Tristram, novela en verso del siglo XIII, atribuida arbitrariamente por Walter Scott a Thomas de Ercildoune, llamado «el Rimador» («the Rhymer»); pero el poeta se ha servido asimismo de la obra de sir Tho­mas Malory y de versiones más antiguas que pudo conocer bien a través de resúme­nes que recoge Scott en su edición de Sir Tristram (1806), bien a través de la colec­ción de Francisque Michel (Poèmes relatifs à Tristan, Londres y Paris, 1835-1838). Como en el Tristan e Isolda de Wagner, todo lo que hay de aventurero en las antiguas his­torias queda oculto, mientras la pasión de Tristán, que allí no era más que un episo­dio, se convierte en el verdadero argumento.

Sin embargo, Swinburne se mantiene inde­pendiente de Wagner; los amores de Tristán habían atraído la atención del poeta desde su juventud (ya en una revista universitaria de Oxford, «Undergraduate Papers», había publicado en 1858 el primer canto de un poema titulado La reina Isolda [Queen Iseult], y la dedicatoria del Tristán de Liones es de abril de 1882, mientras la primera representación de la obra wagneriana, en alemán, en el teatro de Drury Lañe de Lon­dres, tuvo lugar el 20 de junio de aquel año). Swinburne elimina todos los elemen­tos ingeniosos, maravillosos o anecdóticos, todo lo pintoresco, y crea un poema lírico en forma narrativa. El amor y la naturaleza son sus dos grandes fuentes de inspiración y las descripciones del mar y del cielo se ajustan a los estados de ánimo de los perso­najes principales, según los modos de un simbolismo universal. Tras una ardiente evocación del Amor en el preludio, el poeta inicia el relato en el momento en que la nave conduce desde Irlanda a Isolda la Rubia, prometida del rey Marco (este pri­mer canto había aparecido ya en marzo de 1877 en el «Gentleman’s Magazine»).

Como en el viejo poema, Brangel (Brangwain) entra en el lecho del rey, e Isolda ocupa su lugar cuando llega el alba; siguen las escenas de caza y el incidente del ar­pista (que es aquí el moro Palomides), que rapta a Isolda. Tristán la libera y surge el primer oasis de amor, la estancia en el bos­que de Morois. Pasan tres años; Tristán, desterrado, encuentra en Bretaña a Isolda la de las Blancas Manos y se une a ella en matrimonio. La noche de bodas, en el mo­mento en que él penetra en la cámara de su esposa, el anillo de la primera Isolda, la Rubia, cae al suelo y despierta el recuerdo; el poeta describe los sentimientos de remor­dimiento, de deseo y de piedad de Tristán por la doncella, que él no hizo mujer ni madre. El quinto canto nos lleva de nuevo a Cornualles, donde Isolda la Rubia mani­fiesta sus encendidos sentimientos en un monólogo en el que entran en conflicto su religión y su amor culpable; en el canto siguiente nos hallamos en Bretaña, donde Ganhardin, hermano de la otra Isolda, se entera de la afrenta del matrimonio y se propone desafiar a Tristán; pero apaciguado por el elogio que éste hace de Isolda la Rubia, lo acompaña a Cornualles y se ena­mora de Brangel, que toma por la reina.

Como en la obra de Malory, Lanzarote pres­ta a Tristán e Isolda su famoso castillo de la Guardia Feliz, y los dos amantes viven una vida intensa de puro goce. En el canto séptimo, Isolda de Bretaña nos muestra en un monólogo cómo su amor desdeñado se ha convertido en odio. El comienzo del canto octavo está lleno de presagios, de tristeza otoñal, y de un sentimiento de la caducidad de todas las cosas; el rey Marco ha recla­mado la presencia de Isolda en la corte y la hace objeto de una vigilancia en que se mezclan el amor y el odio, la compasión y el despecho. Tristán defiende al rey de Ga­les, Triamour, y derrota al gigante Urgan, y en la gesta y en la contemplación de la naturaleza trata de hallar consuelo a su desesperación. Va al país armoricano y atendiendo a las súplicas de un caballero que también se llama Tristán, a quien unos vi­llanos han robado la prometida, se dirige a sorprender a los felones en la costa, y por última vez se baña en el mar (la descrip­ción de la felicidad que Tristán siente en­tre las olas — expresión a que tan aficio­nado era el poeta mismo — es uno de los pasajes más logrados del poema).

En la cúspide de su vigor Tristán es muerto: des­pués de haber dado muerte a siete caballe­ros, uno de los fugitivos le lanza una flecha que penetra en una antigua herida de Tris­tán; el héroe es llevado ante Isolda de Bretaña. En el último canto el poeta renueva, con el tema del Destino, el tema inicial del Amor. La conclusión se ajusta a la de Sir Tristram: Tristán envía a Cornualles a Ganhardin sobre la nave «Cisne», embarcación que lleva una vela blanca y otra negra; a su regreso con la vela blanca, Isolda la de las Blancas Manos miente, y al oír nombrar la vela negra, Tristán muere. Isolda la Rubia llega demasiado tarde y muere a la vista del amado. El perdón final del rey Marco no figura en la versión swinburniana de la leyenda. A pesar del poderoso lirismo que informa el poema, su prolijidad, sus amplias frases y su simbolismo interrumpen la uni­dad rítmica, haciendo de esta obra, que hu­biera podido ser la creación maestra de Swinburne, un muestrario de sus virtudes y de sus peores defectos como poeta.

M. Praz

Otros hombres poseían pensamiento, y otros sufrían pasiones: políticas, sexuales, naturales, nobles, viles, ideales, groseras; rebeldes, agonizantes, imperiales, republica­nas, crueles, compasivas, y con todas ellas atiborró sus versos. Con ellas y con su vita­lidad sostuvo, alimentó y enriqueció su poe­sía. Mazzini en Italia, Gautier y Baudelaire en Francia y Shelley en Inglaterra, fueron para él una base de aprovisionamiento pa­sional e intelectual… Así la sinceridad que posee queda absorbida por aquel acto de receptividad. Y ésta la acepta con toda la voluntad, con toda la precipitación, todo el ímpetu, el abandono y la cordial falta de carácter de su naturaleza servil e impetuosa. No hemos señalado a los griegos, ni a la Biblia inglesa, ni a Milton entre sus inspi­radores. Tal vez él protestaría; pero éstos no son de los suyos. Recibió una herencia demasiado parcial, demasiado fragmentaria y demasiado arbitraria del espíritu griego, una idea demasiado ilusoria de Milton, y de la Biblia inglesa poco más que la melodía. Este poeta, de impaciente y abierta capaci­dad; este poeta que, intelectualmente, es poco más que una capacidad demasiado pronta y vacía, no posee espacio suficiente para albergar a estas tres augustas severi­dades. (A. Meynell)