El Tratado de Narciso, André Gide

[Le Traité du Narcisse]. Breve tratado de André Gide (1869-1951), y la primera obra que publicó con su nombre, aparecida en 1891.

El sub­título, «Théorie du Symbole», y la dedica­toria a Paul Valéry (de cuyas conversacio­nes con el autor, en Montpellier, nacieron estas páginas), muestran claramente el ca­rácter de este pequeño tratado, que quiere ser una interpretación de las ideas sobre el arte y sobre la realidad enunciadas por la escuela simbolista (v. Simbolismo) y es­pecialmente por Mallarmé. Narciso (v.) ve en la fuente en donde se contempla in­cesantemente un continuo fluir de imáge­nes, y en esta confusión se ve perdido para siempre. Piensa en el Paraíso (mágico jardín en donde todo es inmóvil y abso­lutamente real, porque está fuera del flujo perenne del tiempo), en el puro mundo de las ideas, que busca anhelosamente entre las imágenes llenas de color y de las que no puede separarse; y se consume en esta inú­til búsqueda.

La tarea del poeta, mejor dicho, su misión, será, pues, alcanzar este «cielo anterior» (v. Poesías de Mallarmé) y sugerir sus ideas mediante la poesía, que* por eso mismo debe estar compuesta por imágenes-símbolos. Es fácil ver aquí una definición esencial de la poética simbo­lista, a la que no falta la característica afir­mación de la posibilidad de alcanzar la completa realidad por medio de la intuición poética, que está en la raíz de todos los esfuerzos de la poesía moderna francesa, desde Rimbaud (v. Poesías de Rimbaud) al Surrealismo (v.). No sólo eso, sino que se encuentra en estas páginas un claro sín­toma del complejo sentimiento de adhesión- reacción a una concepción del mundo y de la vida típicamente bergsoniana, que inspira toda la literatura moderna francesa. La reacción es innegable: tanto en el mi­nucioso realismo experimental de Proust, como en el árido cerebralismo de Valéry, o en el racionalismo moralista de Gide; pero el acento de las obras, la visión del mundo que éstas ofrecen, insiste inexora­blemente en una cierta idea del devenir.

Por otra parte, Gide da de la estética sim­bolista una representación rigurosamente tendenciosa y sugiere una interpretación personal netamente moralista. El artista, el científico, no debe anteponerse a la Verdad que quiere expresar. La cuestión moral para el artista no consiste en que la idea que él manifieste sea más o menos moral y útil al mayor número posible de perso­nas; la cuestión estriba en expresarla bien, porque «todo debe ser expresado, hasta las cosas más funestas: desventurado aquel que es causa de escándalo — pero es necesario que haya escándalos —. El artista y el hombre verdaderamente hombre, que vive para todo, debe haber hecho el sacrificio de sí mismo. Toda su vida no es más que una preparación para esto: — Y ahora, ¿qué ex­presar? — Lo que se aprende en el silencio».

M. Bonfantini

Cada vez que tomo la obra de Gide y la medito, no comprendo qué es lo que hace surgir en mí aquella emoción tan dulce de experimentar cuando se está ante un amigo querido: la emoción del respeto. (Du Bos)