El Torreón Desolado, Bartolommeo Corsini

[Il torracchione desolato]. Poema heroicocómico en veinte cantos en octavas, de Bartolommeo Corsini (1606-1673), compuesto alrededor de 1660 y publicado póstumo en 1768 en París.

Es uno de los mejores ensayos de poema heroicocómico y burlesco, entre tan­tos que la imitación de Tassoni produjo en Italia y especialmente en Toscana. El título está inspirado en las ruinas de un castillo, cerca de Barberino de Mugello, lugar donde nació el autor. Nada de particular se cono­cía acerca de aquellas ruinas, y tampoco entre el pueblo circulaba ninguna leyenda sobre las mismas; de manera que el ar­gumento de Corsini es pura invención, su­gerida por una viva fantasía, amante de la broma, que llega a veces hasta la inde­cencia. El poema empieza con la vivaz des­cripción de una fiesta rural en Cirignano en honor de la diosa Ceres; no hubo en aquel día joven o muchacha que «de sus ropas empapadas de sudor/no sacudiera las pulgas entre las flores».

Pero malogra el jolgorio la llegada de un feroz caballero y un enorme gigante, que raptan a la más linda muchacha del lugar, Elísea, hija de un cierto Banchella, bajo cuyo nombre se oculta el rey de Radicofani, fugitivo. El gigante se llama Giuntone, y el caballero, Bruno, hijo de Lazzaraccio, señor del To­rreón. Llegados por la noche a un bosque, oyen los lamentos de una mujer; Bruno la consuela, y el gigante aprovecha la ocasión para llevarse a Elísea, dirigiéndose hacia un castillo encantado del monte Falterona, donde una amante suya, la bruja Sirmalia, había reunido a hombres y mujeres que llevaban una vida disipada. Mientras tanto, Bruno conduce a la joven, Margarita, al Torreón y después de dejarla allí sale en busca del gigante. Al Torreón llegan los mensajeros del conde de Mangona, enamo­rado de Elísea, para exigir su devolución; Lazzaraccio, que cree que se trata de una de las consabidas travesuras de su hijo, devuelve a la muchacha, envuelta en un espeso velo; y en un coche ésta llega triunfalmente a Mangona.

Cuando le quitan el velo se ve que no se trata de Elísea. El conde cree que se burlaron de él y jura vengarse y destruir el Torreón. Elísea, por la que empieza la guerra, está encerrada en el castillo de Falterona y resiste virtuo­samente las asechanzas de todos sus corte­jadores mediante un anillo encantado. Va­nas resultan contra ella todas las artes de la bruja Sirmalia. El desafío del conde de Mangona al Torreón lo lleva el soldado Sabato Buccianera, al que cortan bárbara­mente una mano; y, así mutilado, le dejan regresar junto a su señor. Júpiter reúne a los dioses, que deciden favorecer al conde, y Diana envía del cielo a Mercurio, para que le entregue al conde un velo milagroso que le dará la victoria. La batalla empieza a orillas del Lora, cuyas aguas se tiñen de sangre. Los del Torreón y especialmente uno de ellos, Meone, empujan hacia el campo enemigo unas enormes piedras que hacen estragos, pero el velo divino actúa de ma­nera que los de Mangona superan todo obs­táculo, y atacan el Torreón con catapultas y arietes.

Entre tanto, el conde destruye otros castillos de Lazzaraccio y la lujuriosa morada de Sirmalia en el monte Falterona. El conde libera a Elísea, la conduce a su palacio, se casa con ella y ordena pro­clamarla condesa de Mangonia. Una mujer guerrera, Armilla, mata al gigante; una hija de Lazzaraccio, Lesbina, ama a un hermano del conde Casimiro, pero a éste lo envene­nan por orden de Lazzaraccio que, ante la derrota, se porta como cobarde y asustadizo. Un abismo lo traga durante un ataque, y las llamas lo devoran; a su hijo Bruno lo matan mientras huye, y el Torreón se en­ciende. En la época en que Corsini escribió esta obra, el tipo de poema heroicocómico estaba de moda debido al éxito del Cubo robado (v.) de Tassoni. Nos cuesta trabajo interesarnos en semejante género. Son, en su misma concepción, obras artificiales don­de la poesía aparece sólo de vez en cuando, según el temperamento del escritor.

La de Corsini era una risa fácil y superficial; era muy débil su facultad de bosquejar y hacer vivir figuras humanas, de manera que, una vez leído su poema, nada queda en nuestra memoria de vivo, aparte de un cierto número de episodios alegres y mo­vidos, como el de la feria, o de una nota burlona de toscano del pueblo.

E. Allodoli