El Tiempo y el Río, Thomas Wolfe

[Of Time and the River: a Legend of Man’s Hunger in His Youth]. Novela en parte autobiográfica de uno de los escritores mejor dotados de la literatura americana de entreguerras, Thomas (Clayton) Wolfe (1900-1938), publicada en 1935.

Es la continuación de Look Homeward, Angel, novela igualmente semiautobiográfica que había aparecido en 1929. El Tiempo y el Río fue escrito por Thomas Wolfe a su regreso de Europa en 1931. Des­engañado por este viaje, el joven novelista debía consagrar tres años a escribir, casi sin interrupción, en un sótano de Brooklyn, una obra enorme, que él veía desarrollarse en dos ciclos. Hacia 1934, tomó forma el primer ciclo, pero se presentaba bajo el for­mato de un libro excesivamente grande y los editores lo rechazaron negándose a publicarlo. Gracias a la ayuda moral que le prestó su amigo Maxwell Perkins, el joven escritor llegó a pesar de todo, después de desgarradoras vacilaciones, a acortar consi­derablemente su obra y publicó una parte importante de ella, bajo el título El Tiempo y el Río. Eugène Grant, el héroe de Look Homeward, Angel, hijo de un marmolista, como el autor, y nacido, también como él, en Carolina del Norte, entra a los dieciséis años en la universidad de su Estado.

Allí él ha conocido sus primeros amores, los vicios, los más diversos ambientes, y se ha trans­formado en editor de una revista literaria rompiendo además con su familia para diri­girse a la Universidad de Harvard donde proseguirá sus estudios. El Tiempo y el Río nos muestra a Eugène en sus primeros tiem­pos en Harvard. Está devorado por el deseo de conocer toda clase de experiencias, lee como nunca lo había hecho, con apetito insaciable, y, con la esperanza de llegar a ser un día autor dramático, estudia el arte del teatro con verdadera pasión en la clase del profesor Hatcher. Frecuenta muchísima gen­te, y busca sobre todo personas extrava­gantes; de este modo, el sentimiento que durante largo tiempo había tenido de ser extraño en su mundo, acaba por abando­narle. Se ve entonces a Grant unirse en sólida amistad a un curioso personaje, que ejerce gran influencia sobre él: Francis Starwick, joven asistente del profesor Hatcher, a quien él juzga lleno de cualidades. Éste, de hecho, no es más que un esteta, muy des­agradable a pesar de sus sorprendentes cono­cimientos.

En Harvard, Grant escribe una obra que es rehusada, se da a la bebida, pasa una noche en prisión y, habiendo aca­bado sus dos años de estudios, regresa al Sur, su país natal. Luego parte de nuevo hacia el Norte, esta vez a Nueva York, don­de se dedica a la enseñanza. La gran metró­poli americana le fascina por el prodigioso enjambre humano que en ella habita, y Eu­gène saca de este espectáculo una fabulosa visión del hombre moderno. Finalmente el joven profesor abandona Nueva York para ir a Europa. De nuevo encuentra a Starwick en su camino, cada vez más esteta y más desagradable; luego, con él, conoce a dos muchachas de Boston muy emancipa­das, Ann y Eliner. Los cuatro jóvenes pasan juntos varias semanas en París, y a conti­nuación realizan un viaje a la Provenza francesa, sin llegar a precisar sus tendencias sentimentales. Eugène muy pronto se pe­lea con Starwick, a quien no puede soportar más.

El esteta, por su parte, intriga además bastante en el grupo, permaneciendo frío ante los avances de las muchachas y des­apareciendo a menudo para entregarse al libertinaje. Grant descubre entonces que su amigo es homosexual, y este descubrimiento le proporciona tal disgusto que se separa del grupo. Prosigue, pues, solo su viaje por Europa, hasta el día en que, con poco di­nero, se ve obligado a regresar a Estados Unidos. En el barco que lo conduce de re­greso, encuentra en la persona de una joven, Esther, a la «que iba a transformarse en centro y objeto de su vida». Por lo menos así lo cree él y adivina la salvación al fin. La materia autobiográfica en esta novela es evidente: la acción de El Tiempo y el Río a menudo es paralela a los grandes sucesos de la vida de Wolfe. Los estudios de Grant con el profesor Hatcher se corresponden claramente y son una trasposición de los que el escritor había emprendido en Har­vard en la escuela de George Pierce Baker, cuando él estaba obsesionado por llegar a ser un gran autor dramático.

Desde el punto de vista literario y en el plano de la téc­nica novelística, esta obra no parece muy acabada. Si bien contiene gran número de bellísimas escenas de atmósfera épica muy bien conseguidas, abunda en cambio en repeticiones, el relato es a menudo vaci­lante, la intriga está mal llevada y los per­sonajes se expresan casi todos con la misma fastidiosa violencia. Pero, a pesar de la pue­rilidad de sus juicios, sobre todo en lo refe­rente a Francia y a otros ambientes extran­jeros, esta novela encierra gran valor por el dinamismo asombroso y el aliento líri­co del autor, que sobresale en las grandes descripciones. Su prodigiosa vitalidad com­pensa largamente los defectos.