El Tiempo es una Ilusión, Henri-René Lenormand

[Le temps est un songe]. Drama en seis cuadros, del dramaturgo Henri-René Lenormand (1882- 1951), estrenado en París el 2 de diciembre de 1919.

He aquí su argumento: los Van Eyden, familia holandesa que habita en Java, han dejado en una villa de su propiedad de la provincia de Utrech a la dulce Riemke, que .no puede soportar el clima de la Malasia. Llega Nico, su hermano. Enfer­mo de neurosis, el joven regresa de las Indias después de una ausencia de varios años, y encuentra de nuevo a su prometida, Romée Cremers. Halla a ésta muy turbada, pues acaba de ser la heroína de una aluci­nación muy precisa, ¿será verdaderamente un presagio? A lo largo del estanque ha visto, en un lugar donde los rosales habían sido cortados, una barca que no conocía. Luego, en la niebla, se le ha aparecido una cabeza: era un hombre que se ahogaba. Este hecho es verdaderamente singular, pues los rosales, en realidad, no han sido corta­dos, no hay niebla, ni barca, ni nadie ha ido al lago.

Pero hay más: en el instante en que ve a Nico, Romée queda conmovida por la semejanza que existe entre el sem­blante de su prometido y el de la persona que ella vio ahogarse, y esta trágica seme­janza despertará cada vez mayor zozobra en su espíritu. La extraña visión gravita pe­sadamente sobre todos; en el salón melan­cólico, cuyos ventanales empaña la niebla, Nico se interroga dolorosamente acerca del significado de aquella visión: ¿es acaso la imagen de un antiguo drama? (ciertamente, Nico intentó, en otro tiempo, matarse, pero fracasó en su intento de ahorcarse, no de ahogarse) o ¿es acaso la visión anticipada de un futuro?, ¿un presagio? Se sucede en­tonces, en el espíritu de Romée, una marcha dramática hacia la certidumbre temida: ver­daderamente se trata de un presagio. Y Ro­mée desempeñará un buen papel, será el instrumento del destino: provocará, sin que­rerlo, el fatal desenlace que tanto ha que­rido evitar. La atroz imagen, poco a poco, va tomando cuerpo en la realidad.

Muy pronto se descubre que los rosales han sido cortados… Nico se hace con una barca, escapa a una tentativa desesperada de su prometida para alejarle del estanque y, finalmente, se ahoga. No hay ni un solo detalle de la visión que no se cumpla: in­clusive las brumas pasajeras, llamadas «lla­mas de mar», que Romée había visto, se extienden sobre el estanque. Esta visión, esta muerte (y tal es el sentido profundo de la pieza), significa que somos víctimas de una ilusión implacable, de la que no se conoce ni el principio ni el fin. La distinción que hacemos entre el presente y el pasado ¿acaso no será una simple visión del espí­ritu? Quizá no existe más que un inmenso presente… Nada sabemos del Universo; el hombre está solo frente al hombre, y para liberarse debe esperar a la muerte. («Morir — dice Nico — es despertar, es saber, es quizá alcanzar ese punto de la eternidad en el que el tiempo no es más que un sueño»).

La intriga es de las más hábiles: en un clima de lluvia, de brumas, de embo­tamiento y de agua estancada, armonizan con el misterio estos personajes tan caros a Lenormand que, según la expresión de Antoine, respiran «en el límite de lo in­cognoscible».