[Le Testament]. Poemita lírico de François Villon (1431-1463 o después), publicado en 1489. El poeta vagabundo, a los treinta años, liberado por gracia de Luis XI de la cárcel episcopal de Meun-sur-Loire, sintiéndose presa de la muerte, dicta su última voluntad.
La juventud ha pasado y él sabe que no ha hecho buen uso de ella; le espera la muerte, que todo lo destroza y destruye, incluso lo más hermoso, incluso la gracia femenina, y aquí aparece la famosa balada, el lamento por las damas de antaño, «les dames tu temps jadis», desaparecidas como las nieves, «les neiges d’antan». Es mejor, pues, haber disfrutado en los años juveniles, antes de la fea vejez, que comporta la inevitable nostalgia, expresada aquí con enérgico realismo por una vieja que fue en otros tiempos hermosa y ahora, en una balada, aconseja a las muchachas alegres que no pierdan el tiempo. Por el amor y las mujeres Villon ha sufrido mucho, y ahora reniega de ellas, a las puertas de la muerte. Terminado el prólogo, empieza a testar, dejando a la Santísima Trinidad su alma, que encomienda a la Virgen, y el cuerpo, a la gran madre tierra.
A Guillermo Villon, su protector y «más que padre» (era quizás un pariente), le deja su biblioteca; a su madre, que tanto ha sufrido por él, una plegaria para rezar a la Virgen, en forma de balada tierna y delicadísima; a su amiga Marta otra poesía, que es un áspero reproche amoroso; a uno que lo defendió en el tribunal, una balada-oración al padre Noé, que acoge en el cielo las almas de los buenos bebedores; a la gruesa Margot una balada donde, envileciéndose con amarga fruición, se llama compañero suyo y compadre en la tristísima vida. Deja otras poesías a otros varios, como aquella sobre la suelta lengua de las parisienses. A los compañeros descarriados como él les dirige una advertencia, para disuadirlos de su mala conducta, recordando que todo el provecho de los oficios inmorales va a la taberna y a las mujeres, «tout aux tavernes et aux filies». Añade las disposiciones para su entierro, redacta su epitafio, nombra a los ejecutores testamentarios y termina con dos baladas: en una el moribundo pide perdón a todos, en la otra invita al entierro y dice que al marchar del mundo ha querido beber un sorbo de vino tinto.
Fuera de los legados de poesía, los demás son todos ingeniosos, grotescos e irónicos. Recuerdan la vida del escolar vago y perdido, sus antipatías y amores; evocan figuras relevantes de burgueses fatuos, de muchachas alegres, de compañeros de la mala vida; todo un mundo, algunas veces cómicamente disfrazado. Tres escolares que estudian de buena fe, comedidos y compungidos (a quienes deja alguna ayuda y consejos), eran tres usureros bien conocidos; dos jóvenes clérigos humildes, guapos y esbeltos como juncos, eran dos gordos canónigos. La ficción poética del «testamento» no era nueva en los poetas medievales franceses, y el mismo Villon, cinco años antes, compuso El legado (llamado generalmente El pequeño testamento), que es como un boceto de la obra mayor. Pero en ésta amplió el cuadro, y muestra por completo su figura humana, con el lozano lirismo de las baladas que interrumpen las diversas partes del discurso.
El cuadro es convencional, incluso los motivos son bastante corrientes y tratados a menudo en la Edad Media (especialmente la devoción a la Virgen y el horror de la muerte), pero todo está renovado, animado por un alma rica de hombre y de poeta. Incluso fuera de las baladas, el discurso está siempre lleno del ingenio de Villon, de su vibración lírica. El amor a la madre, ya cantado en la célebre balada, se reitera con ternura y energía; «J’entends que ma mère mourra»; la miseria moral es un tormento al que el poeta se abandona, especialmente hacia el final, con triste ira. El pensamiento de la muerte se convierte en horror físico, trágica obsesión, con el espectáculo de los cadáveres en el cementerio, con el presagio de un triste final en el patíbulo (que más tarde expresó en una composición que no forma parte del Testamento: La balada de los ahorcados, v.). Por encima de todo ello domina y brilla el ingenio del poeta, del «pauvre écolier», tierno, burlón, con su angustioso repliegue sobre sí mismo.
Por este tono tan francamente personal, Villon es moderno, aun a través de inspiraciones y formas medievales. Es el primer lírico verdadero aparecido en Francia, y como allí la lírica propiamente dicha no apareció hasta el siglo XIX, se comprende que, después de una fama muy vacilante en los siglos precedentes, con los románticos y con la avocación de Théophile Gautier en los Grotescos (v.), se iniciase su gloria, que creció paulatinamente hasta convertirle en la figura más popular, legendaria y convencional del poeta de mala vida. Pero más que en la coincidencia con Verlaine y con otros poetas «malditos» e irregulares, su modernidad está en el claro lirismo, fresco y humano, que no excluye las delicadezas de un artista consciente. [Trad. española de María Héctor en la antología François Villon de Poesía en la mano (Barcelona, 1940)].
V. Lugli
Por la íntima esencia de »a ‘poesía, Villon no pertenece ya a la Edad Media; es absolutamente moderno, el primer poeta franca y completamente moderno. Encierra en sí todo el lirismo. Sus versos y lo que expresan brotan del fondo de la eocperiencia y de la emoción del hombre; muestran la sensibilidad más íntima de su corazón… En esta voz bufonesca y lamentable, que grita sus vicios y sus dolores, pasa algunas veces el grito de la humanidad eterna; este rudo vagabundo del siglo XV habla de nosotros, gentes de bien, tranquilos burgueses; habla para nosotros, lo sentimos, y ello es lo que lo hace grande. (Lanson)
Villon permanece encerrado en la carne y en el vicio, pero siente esta condición como un destino y una desgracia, y siente la nulidad de la vida sensual con la destrucción del cuerpo y la muerte que lo espera, y tiene la humildad de un pecador que no resiste al pecar y al mismo tiempo reconoce una fuerza superior, la bondad humana, del que invoca piedad a Dios a quien nunca niega. Es un círculo pequeño aquel en que se mueve, pero, ¡qué profundo!… Y tiene imágenes algunas veces delicadas y tiernas, más a menudo doloro- sas, tristes y m-acabras, y el poeta no retira la mirada de los rasgos más atroces; pero todo queda, por decirlo así, santificado por el dolor y la piedad. (B. Croce)