El Tema de Nuestro Tiempo, José Ortega y Gasset

Pu­blicado en 1923, este libro de José Ortega y Gasset (1883-1955) contiene la primera exposición madura del núcleo de su pensa­miento filosófico.

Traducida al alemán en 1928, con una introducción de E. R. Curtius, esta obra inició la difusión internacional de la figura y los escritos de Ortega. El tema de nuestro tiempo se compone de una pri­mera parte, redacción de una lección uni­versitaria de 1921, y cuatro apéndices. Va­rios temas se enlazan muy estrechamente para conducir a una visión unitaria del pro­blema. Se inicia el libro con una exposición de la idea de las generaciones. Las formas políticas, artísticas, morales, intelectuales, etcétera, son consecuencias o especificacio­nes de la sensación radical ante la vida, de lo que llama Ortega «sensibilidad vital», «fenómeno primario en historia y lo pri­mero que habríamos de definir para com­prender una época». Como la vida histórica es convivencia, las variaciones se producen colectivamente dentro de una sociedad, cons­tituida por la articulación de una masa y una minoría; estas variaciones históricas acontecen en forma de «generaciones», cada una de las cuales es «un cuerpo social ínte­gro, con su minoría selecta y su muche­dumbre, que ha sido lanzado sobre el ám­bito de la existencia con una trayectoria vital determinada».

De la generación dice Ortega que es «el concepto más importante de la historia», y ha dedicado a él perma­nente atención a lo largo de sus escritos. Una generación es una variedad humana, definida por un mismo nivel de mundo y de problemas, por una cierta altitud vital; en­tre los contemporáneos — hombres que vi­ven en el mismo tiempo —, cada generación constituye un núcleo de coetáneos — de la misma edad —. Ortega piensa que «en nues­tro tiempo la sensibilidad vital hace un vi­raje, cuando menos, de un cuadrante»; este libro trata de determinar en qué consiste. Para ello tiene que plantear el problema de la verdad y la variación histórica; frente al racionalismo, que renuncia a la mutación histórica, y el relativismo, que renuncia a la verdad, Ortega hace una aguda crítica: ni la vida a costa de la razón, ni la razón a costa de la vida. El pensamiento es una función vital, tan vital como la respiración, la digestión o la circulación de la sangre: «en mí, como individuo orgánico, encuentra mi pensamiento su causa y justificación: es un instrumento para mi vida, órgano de ella, que ella regula y gobierna».

Frente a la «beatería culturalista», Ortega afirma que no hay cultura sin vida, no hay espiritua­lidad sin vitalidad; el fenómeno «vital hu­mano» tiene dos caras: la biológica y la espi­ritual; de este doble imperativo deriva Or­tega una nueva idea de la cultura, no diso­ciada de la vida, sino fundada en ella. El tema del tiempo de Sócrates era sustituir la vida espontánea por la pura razón; pero al cabo de milenarias experiencias se ve que la razón pura no puede suplantar a la vida, que «es tan sólo una breve isla flotando so­bre el mar de la vitalidad primaria». «La razón es sólo una forma y función de la vida». El tema de nuestro tiempo consiste en someter la razón a la vitalidad — en el sen­tido «biográfico» humano —. «La razón pura tiene que ceder su imperio a la razón vital». Esta tesis central de la filosofía de Ortega va a condicionar el resto de su obra; par­tiendo de ella va a comprender esa misma vida. Vivir consiste en ocuparse de lo que no es vida; «la vida es el hecho cósmico del altruismo, y existe sólo como perpetua emi­gración del Yo vital hacia lo Otro»; se trata de entender las formas posibles de vida, y cabe imaginar una «biología» en que se defi­niesen, por ejemplo, las formas de vida celestiales. Esta vida humana «es peculiari­dad, cambio, desarrollo; en una palabra, ‘historia’».

Vuelve Ortega al tema del perspectivismo, ya presente en 1916 en El espec­tador (v.), para formular «la doctrina del punto de vista»; no es la verdad la que es relativa, es la realidad la que lo es; la rea­lidad sólo puede ser vista desde una pers­pectiva, y ésta la constituye. «La perspec­tiva es uno de los componentes de la reali­dad»; lejos de ser su deformación, es su organización; frente a la idea de la «species aeterni», la visión concreta desde un punto de vista real; con ello la verdad adquiere una dimensión vital; la utopía es abstracta y falsa. Así hay que evitar, concluye Ortega, que «lo que es blando y dilatable horizonte se anquilose en mundo»; con esto no se quita realidad a éste, sino que se lo refiere al sujeto viviente, se le da una dimensión vital.

Cada individuo es un punto de vista esencial e insustituible, nuestra verdad par­cial es parcial, pero verdad; es verdad también para Dios; la fidelidad a la situa­ción, la aceptación de la faena que nos pro­pone el destino, eso es «el tema de nuestro tiempo». Los apéndices de este libro se refie­ren a aspectos más concretos de la cuestión: «El ocaso de las revoluciones» interpreta éstas como formas de pensamiento ahistórico, que creen en un cambio radical y «defi­nitivo» y que, por tanto ya no son auténti­camente posibles. El «Epílogo sobre el alma desilusionada» caracteriza el estado de espí­ritu que suele seguir al ocaso de las revo­luciones, y que define como «espíritu ser­vil». Por último, «El sentido histórico de la teoría de Einstein» intenta filiar el estilo y la significación de la teoría de la relativi­dad, entendida como una típica doctrina de nuestro tiempo, determinada por condicio­nes básicas de éste y orientada por cuatro tendencias generales: absolutismo, perspectivismo, antiutopismo o antirracionalismo, finitismo. Por último, Ortega agrega dos caracteres más: el discontinuismo y la ten­dencia a suprimir la causalidad, hasta con­vertir la física en mera cinemática. En El tema de nuestro tiempo está ya formulado con madurez teórica el núcleo del pensa­miento metafísico de Ortega, que se va arti­culando posteriormente desde distintas pers­pectivas circunstanciales a lo largo de sus demás escritos.

J. Marías