[Der Soldat Tanaka]. Es el último drama de Georg Kaiser (1878-1944), escrito en el destierro (1940), su mensaje a la humanidad en guerra, antes de desaparecer. En la mísera cabaña del plantador japonés Tanaka se espera la vuelta, con licencia, del hijo, que está en armas al servicio del emperador. A su llegada, aunque la cosecha de arroz ha ido mal, el joven encuentra vino y pescado fresco para festejarle. Pero no encuentra a Yoshiko, su hermana, con la que su compañero de armas Wada quiere casarse, fascinado por las descripciones que Tanaka le ha hecho de ella. «Ha ido a servir a casa de un campesino, a la montaña», responden vagamente los padres a sus preguntas. Pero Tanaka no la encuentra en la montaña, sino en una casa de placer. Yoshiko habla a su desolado hermano de la carestía, de las deudas, y por fin, del contrato que le había sido ocultado y al que él debe la acogida recibida en casa. Algo se ha roto en el alma de Tanaka; al venir un suboficial que quiere a la muchacha para su placer, Tanaka traspasa a su hermana con la bayoneta y luego mata al suboficial. Ante el tribunal, Tanaka primero calla, y por fin cuenta, sin omitir ningún particular, la historia de la familia y de su delito. Los jueces comprenden el drama del joven, lo absuelven por el asesinato de la hermana, pero deben condenarle a muerte por el del superior, y lo exhortan a pedir gracia al emperador, que no se la negará. Tanaka declara entonces: «El emperador debe pedirme excusas a mí».
Y en un lúcido delirio, él, un simple soldado, se yergue como acusador de todo un sistema social. Tanaka evoca al emperador, que lo llama desde su caballo blanco, en el campo de Marte, ante los regimientos formados. Y le confiesa que el dinero para mantener a su ejército, para vestirlo con brillantes uniformes y galones, no lo toma de sus propios haberes, como Tanaka había creído, sino de sus miserables súbditos, que se ven obligados a vender hasta sus mujeres. Y el soberano pide excusas al soldado: «Tú… eres un hombre. Yo no soy más que un emperador». Sólo cuando el emperador hable así, le perdonará Tanaka. El presidente, indignado, hace ejecutar la sentencia. Fusilan a Tanaka. La parábola, construida con una simplicidad casi esquemática, está impregnada de un acento de sincera convicción. Los primeros dos actos, de nitidez un poco convencional, constituyen la preparación para el tercero, admirablemente compuesto en su desnuda solemnidad. El soldado Tanaka se relaciona con la ideología que animó al teatro expresionista alemán; este drama expresa su palabra de fe y de rebelión, en un momento en el que los principios de libertad parecían irremediablemente conculcados. Su tercer acto es, a un tiempo, una página de viva polémica y de teatro auténtico.
G. C. Castello