[Secretum]. Famosa obra escrita en latín en 1342-1343 por Francesco Petrarca (1304-1374) y corregida definitivamente entre 1353 y 1358: su título es más propiamente: Del secreto conflicto de mis pesares [De secreto conflictu curarum mearum].
Fundamental documento de la crisis interior del gran poeta — hubo quien lo puso junto a las Rimas extravagantes (v.) y a las más famosas de las Epístolas (v.) por la intensidad de la confesión espiritual—, este escrito pone de manifiesto la aguda comprensión de su propio tormento en una forma aparentemente discursiva y alegórica, al estilo medieval. En el sueño, que le sorprendió mientras meditaba sobre su existencia y sus males, se aparece a Petrarca la Verdad, solemne matrona, y con ella San Agustín, anciano venerable. La Verdad invita al Santo para que incite al poeta a vencer su somnolencia espiritual: ha de ser verdaderamente cristiano, según sus mejores propósitos. Así, en un diálogo que dura tres días (de aquí la división en tres libros) Francesco y Agustín hablan y meditan mientras la Verdad asiste silenciosa. En el contraste entre los opuestos sentimientos de su vida de amante y de filósofo (ciertamente el Santo de las Confesiones, v., representa lo mejor de su espíritu interior), Petrarca se entrega con complacencia sutil y atormentadora a considerar sus males: grande es su inercia ante sus buenos propósitos, pero mayor es su dolor por las caídas en el pecado.
Viva en la exposición literaria, esta confesión tiene el valor de un inmediato testimonio sobre una vida compleja y rica en motivos, como quizá no hubo otra hasta los comienzos de la Edad Moderna. En una luz diáfana, el poeta contempla su vida, en sus esperanzas y en sus desengaños: las palabras de San Agustín dan en el blanco todas las veces que se dirigen al cansancio moral del poeta y a su manera de jugar con los sentimientos y los pensamientos; el poeta no sabe alejarse de los atractivos del mundo, y, sintiéndolos cerca de su aspiración de hombre, advierte el tormento de una posición espiritual y de una escasa solidez interior. Se acusa a sí mismo de no saber superar el mal sin la ayuda de una iluminación divina: los libros agobian su mente y no le permiten ver claramente el fin de su misma vida mejor. Justamente San Agustín le advierte que la Verdad, mudo testigo, no quiere sutilezas y engaños inútiles; el poeta recuerda con gran amargura las veces que lloró de dolor, por la miseria de su, vida y la dura lucha librada contra las tentaciones.
Es en vano que San Agustín, dolorosa aunque paternalmente, le haga considerar que él fue testigo de sus lágrimas, pero no de su voluntad. Así, Petrarca puede llegar a ser el intérprete de su sustancial dolor y hacer un retrato muy agudo de su mal: voz emocionada y patética que es nobleza de ánimo y sufrimiento que llegan a ser voz eterna. Por esto El secreto revela el acento más íntimo del gran literato y atestigua que más allá del amor hacia la gloria humana y los bienes del mundo en el pecho del cantor de Laura (la mujer que menciona aquí con un suspiro, como huida del pecado y, al mismo tiempo, como pecado) resuena un anhelo de perfección y pureza. Por esta exigencia de un ascetismo riguroso, que se manifiesta mientras en el espíritu estallan en todo su resplandor la belleza del mundo y la dulzura del amor, El secreto es el documento más humano del primer Renacimiento.
C. Cordié