[Children’s Comer]. Pequeña «suite» de seis piezas para piano de Claude Debussy (1862-1918), compuesta en 1908 y dedicada a su hija Claudia, a la que llamaba Chouchou.
El mundo infantil evocado por estas piezas es visto a menudo con la mirada tierna e irónica del hombre más que con la ingenua y sencilla del niño. He aquí a la pequeña Chouchou luchando con los arduos estudios de Clementi: la clásica forma de un arpegio, en la cual todos los principiantes de piano se han afanado y aburrido, se presenta en el primer episodio, el «Doctor Gradus ad Parnassum», reblandecida con armonizaciones que se tornan aquí y allá tendenciosas e irónicas, y obligan al severo «Doctor» a cierta sonrisa,. a cierta complaciente indulgencia. Es, ‘con todo, una página de escritura típicamente debussiana. Aún más complicada psicológicamente, sobre todo pensando en una imaginación infantil, es la «Canción de cuna de los elefantes». Blanda como un elefantito de trapo, se tiñe de un matiz exótico, del sentimiento nostálgico de una India soñada, más que en el álbum de estampas de la pequeña Chouchou, en ciertos fantaseos de adulto hostigado por deseos de tierras lejanas de un Oriente perezoso no muy distante de «La langoureuse Asie et la brülante Afrique, / tout un monde lointain, absent, presque défunt» que, en las angustias de su vida dolorosa, soñaba Baudelaire.
Del mismo modo en la «Serenata de la muñeca» se percibe, en algunos momentos, a la mujer con un corazón que palpita ante el homenaje galante. Pero más que todas es de una profunda emoción «La nieve danza»: es la lacerante melancolía que suscita aquella continua caída de copos blancos del cielo gris, el sentimiento de la intimidad recogida de nuestra casa, del hogar que nos defiende de la triste desolación infinita del invierno. Hace pensar en el Debussy de los años anteriores a 1900, de las Arietas olvidadas (v.), de las Prosas líricas (v.). El «Pastorcito» es, por el contrario, todo un arabesco de líneas melódicas que evocan una extensión de prados. Poco más tarde, pero con visión más vasta, con sentimiento más profundo, Debussy evocará la sensación del campo ilimitado en «Bruyéres» (v. Preludios). El ritmo suelto o riguroso de una danza americana con sus contorsiones un poco grotescas está dedicado al muñeco negro de la pequeña Chouchou. Como en la primera parte del Rincón de los niños, así en el «Cake-walk de Golliwog» hay cierta sentimentalidad forzada que ironiza un mundo pequeño visto por un adulto, y un mundo grande visto por un niño. Son los dos momentos en los cuales Debussy ha tenido verdaderamente presente a aquélla para quien escribió estas páginas.
A. Mantelli