[Le Roi s’amuse]. Drama histórico en cinco actos, en verso, de Víctor Hugo (1802-1885), representado en París en 1837.
La pieza, que no tuvo gran éxito y que fue en seguida prohibida por la censura, está muy lejos de ser una de las mejores composiciones teatrales de Hugo. En la corte del rey Francisco I se sospecha que el bufón Triboulet (v.) tiene fuera de la corte una casa y una mujer, una vida íntima que mantiene secreta. La estúpida crueldad de los cortesanos se encarniza contra este misterio y urde al bufón una burla feroz gracias a la cual el desventurado descubre que la mujer que todos creen que es su esposa, y que es su única y amadísima hija Blanca, ha sido seducida por el propio rey. Francisco I, en efecto, sin saber quién fuera la muchacha, ha sabido hacerse amar de la demasiado blanda y novelesca Blanca, presentándose a ella disfrazado de simple estudiante. Después del golpe de escena, Triboulet encierra con siete llaves la desesperación y el furor que destrozan su alma y urde la venganza: hará matar al rey por un sicario la noche que disfrazado se dirija a una cita amorosa; pero Blanca, intuyendo el designio de su padre, realiza un loco sacrificio para salvar al amante, sustituyéndole y recibiendo el golpe del sicario.
La obra está llena de violentos arranques dramáticos y de cautivadores motivos humanos y satíricos, típicamente románticos: la atroz aflicción paterna de Triboulet, al que se arrebata la única razón pura y humana de su pobre vida corrompida por el innoble oficio a que le ha condenado la suerte; la gran locura amorosa de la demasiado sencilla e ignorante muchacha, en contraste con la caprichosa y casi infantil inconsciencia de este rey que no parece sino un vulgar libertino; la estúpida ferocidad de los cortesanos, que no sospechan que un bufón pueda tener corazón y alma lo mismo que otro hombre. Pero entre tanta riqueza de motivos, presentados solamente, sin profundizar en ninguno, evitando casi de propósito todo íntimo buceo psicológico y confiándose por completo a los golpes de escena, Hugo ha logrado en conjunto un drama complicado y artificioso.
El contraste entre la dolorosa humanidad del pobre bufón y el juego cruel con que le aprisionan es altamente dramático, si bien aparece estudiado sólo desde el lado externo y explotado para fáciles efectos de sátira politicosocial. Los demás personajes, no suficientemente profundizados (Blanca y el rey) y mucho menos justificados psicológicamente, hacen de esta obra una construcción artificiosa e inverosímil, hasta tal punto, que lo más hermoso que contiene puede decirse que es el noble y vibrante prefacio polémico con que el autor, al publicar poco después el drama en un volumen, protestó contra la arbitrariedad de la prohibición. La trama, en cambio, se ha hecho famosa y ha adquirido mayor validez dramática por haber dado argumento, con libreto de Francesco Maria Piave (1810-1876), a una de las más bellas óperas musicales de Verdi (v. más abajo), en la que el bufón Triboulet se convierte en Rigoletto; el rey Francisco, en el duque de Mantua; la hija Blanca, en Gilda. Verdaderamente, en la ópera, con el vigoroso impulso lírico que aborda las situaciones dramáticas, aun las más forzadas, y los caracteres más difíciles, y que supera su inverosimilitud realista en virtud de la suprema realidad del arte, el amor de Gilda-Blanca ha logrado ser lo que debía, locura, pero tierna y pura locura de amor, la pena del padre bufón ha encontrado acentos de auténtica humanidad, e incluso la inconsciente crueldad del lascivo «tirano» ha sido tratada con genialidad tan impetuosa e inspirada que ha conseguido hacer de ella una de las más vigorosas creaciones de la fantasía humana.
M. Bonfantini
¡Ah, si yo supiese hacer versos como Víctor Hugo, o si Hugo supiese hacer un drama como yo! (Dumas)
Triboulet, si he de decir lo que pienso, me parece una creación de paz armónica, pero no una creación perfecta: defecto común a casi todas las creaciones dramáticas de Víctor Hugo. (De Sanctis)
Abstractos en los caracteres, los dramas de Hugo son infantiles en cuanto a la acción. Este autor está muy lejos de poseer el instinto escénico de Dumas. Desarrolla torpemente su trama, no sabe conducirla. A cada momento debe intervenir para insuflarle oxígeno y para ayudarla a proseguir. (Lanson)
* Rigoletto es la decimoséptima ópera de Giuseppe Verdi (1813-1901), representada en la Fenice de Venecia en 1851. Clasificada como «melodrama» consta de trece fragmentos sin preludio, en tres actos. La censura veneciana se opuso a la fiel reducción del drama francés en libreto, porque ponía en escena a un rey absolutista frente a un pobre bufón; porque la maldición arrojada sobre Rigoletto (v. Triboulet) por el cortesano a quien burló ofendía a las personas temerosas de Dios; porque las aventuras mujeriegas se representaban sin velos. Verdi se había fijado sobre todo en el tema de la maldición y Maldición fue el título dado primeramente a la obra. «La maldición, tan terrible y sublime, del viejo a su rey libertino… Bellísimo el personaje externamente deforme y ridículo e internamente apasionado y lleno de amor… drama original, vigoroso… por todas estas cualidades y rasgos originales; si se suprimen, yo no puedo ponerlo en música…»
Al modificar y abreviar el drama francés, Verdi conservó intactas en el libreto las características del arte escénico de Victor Hugo. En la producción de Verdi, Rigoletto es la prueba de un progreso enorme, tanto en el concepto dramático como en la pureza y vigor de la expresión. Dos personajes sobresalen, Rigoletto y Sparafucile; el uno completo en todos sus aspectos y desarrollado en sus sucesivos estados de ánimo; el otro magistralmente tratado; ambos humanizados y poetizados de manera que la venganza pierde en la piedad y en el dolor su acrimonia, y el cinismo no repugna. Gil- da y el duque tienen melodías bellas y aun bellísimas, pero su acción dramática no está determinada; ella, en su ingenuidad, es inconsistente, y él, oscilando entre expresiones de amor sincero y de galantería libertina, es de igual modo fútil.
Della Corte
Sobresalió en el teatro europeo como Auber y como Meyerbeer, pero el arte de éstos, en su renovación musical, siguió una trayectoria menos interesante que la suya. Hasta el fin, a pesar de las transformaciones, permaneció personalísimo, caracterizado por los rasgos vigorosos que nos parecen indicar el genio de su raza. (Combarieu)
Sé que defiendo lo que la «élite» de anteayer despreciaba en la obra de este gran compositor. Lo lamento; pero sostengo que hay más enjundia y más verdadera inventiva en «la donna é mobile», por ejemplo, que en la retórica y en las vociferaciones de la Tetralogía. (I. Strawinski)
Toda subversión, caricatura sublime, ponía en conmoción los cuatro confines de la tierra. Su ritmo prodigioso y vehemente, arrojado con la honda, duradero como el resplandor de una descarga cósmica, enrojece entonces todo el cielo vibrante del arte. (B. Barilli)
Verdi es la última gran figura del melodrama italiano, y con él se cierra el ciclo iniciado con Monteverdi. Por encima y más allá de todo límite de tiempo y de ambiente, resolvió de una vez para siempre el secular problema del drama lírico, de la ópera… Verdi construyó no el héroe, sino las pasiones de las que el héroe será mensajero y víctima; sus hombres son semejantes a nosotros, fundamentalmente débiles e infieles a sí mismos; por eso viven únicamente en sus pasiones, no en sus actos… Su obra es la realización de la misma esencia del melodrama: traduce las pasiones humanas de la literatura a la música pura. (W. Lang)