[Der Alpenkónig und der Menschenfeind]. Original fábula mágica y comicorromántica en dos actos, del comediógrafo y actor austríaco Ferdinand Raimund (1790-1836), representada en Viena en 1828.
Rappelkopf es un misántropo descontento y huraño; sus accesos de hipocondría (hipocondría que degenera fácilmente en manía persecutoria) preocupan a familiares y criados; su despotismo caprichoso y sombrío crea en la acomodada casa un ambiente difícil y casi trágico. Rappelkopf descubre en todas partes enemigos y traidores que le engañan y deshonran, atentan contra lo suyo e incluso contra su vida. Bajo la sugestión del loco demonio que alberga en su pecho, altera involuntariamente los hechos y las palabras ajenas; descubre inexistentes intrigas y complots; ve, en un inocente cuchillo destinado a usos domésticos, el agudo puñal con que el criado Habakuk quiere suprimirlo; interpreta una vaga ‘reticencia suya como una descarada confirmación del sanguinario propósito inspirado por Antonia, la desgraciada mujer de Rappelkopf, en realidad tiranizada por él.
Las naturales consecuencias de los errores y equívocos que surgen, son la lucha que él desencadena contra los suyos, la soledad cada vez más profunda en que se encierra, y por fin los violentos arrebatos a que se entrega y la huida hacia una ermita salvaje, donde el loco decide vivir el resto de sus días, «burlándose… de la locura humana». En aquel refugio solitario se le aparece un día, bajo el aspecto de un cazador, el espíritu de Astrágalo, rey de los Alpes, que trata de inducirlo por las buenas a cambiar de vida y de propósitos. Ante la ruda reacción del maniático, Astrágalo responde con argumentos mágicos más persuasivos cuanto más violentos; y la voluntad del hombre se pliega ante la más poderosa del espíritu. Rappelkopf declara al fin que quiere curarse de su manía; y entonces Astrágalo cambia el aspecto del misántropo por el de su cuñado Silberkern y toma él mismo la figura de Rappelkopf. Bajo aquellas formas cambiadas los personajes vuelven al mundo del que el misántropo se había evadido.
Éste, defendido por el aspecto externo que le ha dado As- trágalo, asiste a sus propios actos abusivos y violentos que su mágico sosias imita a la perfección. Llega incluso a conocer en su efectiva realidad el mundo que lo rodea, a apreciar los genuinos sentimientos de sus familiares y servidores. Desdoblado por la virtud mágica y colocado ante su verdadero «yo», se contempla con mirada ajena, pero con su propia alma, reaccionando con vergüenza y desesperación ante las absurdas acciones y palabras del antiguo Rappelkopf, ahora personificado en Astrágalo. La reacción es algunas veces tan espontánea y gallarda, que el nuevo Rappelkopf se olvida del papel que ha de hacer y modera y corrige al Rappelkopf antiguo, imitado a la perfección por el rey de los Alpes.
Así se produce en la conciencia del misántropo un cambio profundo. De pronto el mismo Rappelkopf exclama: «¡Qué loco soy! En verdad empiezo a sentir repugnancia de mí mismo.» El desdoblamiento de su persona determina situaciones cada vez más dramáticas: el colmo de la tragicomedia se alcanza cuando el verdadero misántropo (Rappelkopf bajo la máscara de Silberkern) ha de batirse, en cierto modo, consigo mismo, es decir con su sosias, o bien cuando teme lo peor y se desmaya, al creer que aquel mismo sosias se quiere ahogar en el río. La nueva conciencia ha ido madurando paulatinamente; la personalidad de filántropo nacida del misántropo se consagra ahora en el «templo de la conciencia», y la fábula se encamina a un final feliz: reconciliación general del «misántropo en pensión» con parientes y criados. El rey de los Alpes es quizá la obra más armónica de Raimund. Quizá más aún que en el mismo Derrochador (v.), el elemento fabuloso se funde con el real; el desdoblamiento de la personalidad de Rappelkopf en la dramática aventura, se configura lentamente con la simbólica proyección — bien creada en su viveza representativa — de los estados de ánimo en que fluctúa la conciencia del misántropo que sana.
El genio de Raimund alcanza en la fábula un singular sentido de medida, moderando el elemento demasiado serio y trágico con múltiples hallazgos y variadas ocurrencias, evitando el cansancio de las partes graves y moralizadoras, acentuando a veces el tono cómico de las situaciones, y consiguiendo efectos notables en el carácter semiserio que la fábula adopta. Se ha advertido justamente que «Raimund es en esto un Moliere transportado al terreno fabuloso». Precisamente en el cómico colorido de la fábula y, si se quiere, en la armónica fusión de elementos irreales fantásticos con lo cómico, está la particular nota artística de El rey de los Alpes y el Misántropo.
G. Necco