Comedia dramática de honor y de celos del dramaturgo español don Pedro Calderón de la Barca (1600-1681), escrita indudablemente antes de 1651 y publicada póstumamente con muchas otras.
Serafina, recién casada con don Juan de Roca, gentilhombre catalán sumido en sus estudios y en la pintura y tardíamente enamorado, lamenta la pérdida de don Álvaro, a quien amó y que supone muerto. Don Álvaro aparece inesperadamente reclamando sus antiguos derechos cuando Serafina se dispone a marchar hacia Barcelona. Serafina rechaza a don Álvaro, pero un incendio, en el que don Juan de Roca salva de las llamas a su mujer y la confía desmayada a su desconocido rival para salvar a otras vidas, permite a éste robar a Serafina en la playa de Barcelona, embarcarse con ella y conducirla a una quinta cerca de Nápoles. El marido, ardiendo en sed de venganza, se disfraza y se dirige a Italia en hábito de pintor; se introduce en la quinta del raptor con pretexto de hacer el retrato de la dama.
La encuentra en el parque mientras despierta de una pesadilla llena de presentimientos en brazos de don Álvaro. Don Juan de Roca aprovecha una ocasión oportuna y exaltado además por una frase harto significativa que la oye a ella; «Nunca fueron tus brazos más agradables», dispara sus pistolas contra los dos y los deja cadáveres. A los que acuden les dice que en el cuadro ha pintado «el pintor de su deshonra». El caso queda impune, y el príncipe lo aplaude. En las comedias dramáticas de honor y de celos Calderón plantea con extraordinaria violencia el tema del honor conyugal. Los celos suelen ser lo de menos, pues, en general, los protagonistas obran impulsados por lo que creen un deber social.
La solución es siempre la muerte de la esposa. El pintor de su deshonra es el drama de honor y de celos menos afectado. El caso queda impune, pero la sed de venganza del marido es más natural que en los otros dramas y don Juan de Roca se venga de un adulterio consumado, o que está próximo a consumarse. En cambio en El médico de su honra (v.), don Gutierre mata a su esposa, haciéndola sangrar por un médico, sin que haya habido ofensa alguna, y en El mayor monstruo, los celos (v.), su protagonista, el Tetrarca de Jerusalén, llega a decidir la muerte de su esposa para evitar que, al morir él, ella pueda ser de otro. La extraordinaria potencia trágica de los personajes sitúa estos dramas de honor y de celos entre las mejores producciones de Calderón.
J. M.a Pandolfi