El Pecorone, Ser Giovanni Florentino

[II pecorone]. Colección de narraciones, cuyo título podría traducirse por El bobalicón, de Ser Giovanni Florentino, llamado así por tratarse de un florenti­no de misteriosa personalidad. Sólo sabemos que empezó su colección en 1378, en Dovadola, cerca de Forli, donde había sido des­terrado, y que la terminó después de 1385; pero la obra no vio la luz hasta el siglo XVI.

En un soneto que sirve de introducción, se pone en boca del autor esta explicación del título burlesco:

«…porque hay dentro mu­chos bobalicones… y yo soy el jefe de todos ellos/que voy balando como un pazguato/ haciendo libros de lo que no sé nada».

En el argumento de la obra, una grosera imita­ción de Boccaccio, se nos cuentan los amo­res del autor con una cierta Saturnina, a la que canta también en otras partes. El florentino Auretto («Aurecto», anagrama de «Auctore») se hace fraile para poder en­contrarse, en calidad de capellán, en el locutorio de un convento de Forli, con la monja Saturnina, «costumata, savia e bella», de la que se había enamorado por su fama. En las citas que se suceden durante veinti­cinco días, los dos enamorados se cuentan mutuamente una novela. Sigue una balada; por fin las expansiones, que van desde los apretones de manos a los besos y a «aquellos consuelos y deleites que honestamente se pueden tener». Esta parte del libro posee un valor muy diverso.

Algunas baladas son graciosas por la frescura popular y por la abundancia de imágenes ligeras. De las cin­cuenta y tres novelas (para las jornadas 20, 23 y 25, los manuscritos han conservado como variante una tercera novela), una treintena son la transcripción o el compen­dio, con pocas añadiduras, de otros tantos capítulos de la Crónica (v.) de Giovanni Villani, y constituyen la prueba más carac­terística de la pereza del autor, que se contenta con ampliar en los comentarios de los dos interlocutores la belleza de las más vulgares narraciones. Algunas de las novelas derivan de Tito Livio, de Apuleyo, del llamado Libro de los siete sabios (v.), del Decamerón (y.) de Boccaccio; sólo unas quince son originales. Algunas, generalmen­te flojas y de poco valor, son trágicas, como la historia de la terrible justicia de Bernabé Visconti y de las venganzas de Francisco Orsini contra el amante de su mujer, o las de Galeoto Malatesta contra el de su nieta. Otras, generalmente más vivas, son cómicas y tratan principalmente el tema tradicional de la burla. También las hay abiertamente licenciosas. En general, su mérito reside en la viveza y propiedad de la lengua y en la sencillez del estilo, porque en éste punto el autor se abstiene de la peligrosa imitación de Boccaccio.

Entre las mejores, merecen recordarse; la aventura del profesor que, después de haber enseñado el arte de amar cobrando honorarios por ello, se da cuenta de que el discípulo pone en práctica sus teorías precisamente con su propia mujer (I, 2) y la historia de Gianetto (IV, 1), no original, pero escrita con garbo y con insó­lito cuidado en lo que al estudio de los caracteres se refiere, y que dio la trama y los personajes principales al Mercader de Venecia (v.), de Shakespeare.

E. C. Valla

Cuenta, como simple entretenimiento y solaz, casos singulares y curiosos sin con­vertirlos en motivos sentimentales, sino todo lo más dirigiéndoles alguna vez a un fin moral o prudencial… Las pasiones se pre­sentan unilaterales y simplistas; la acción se afirma sin motivación, como si se tratara de un cuento de niños que no necesita ser recargado ni con el peso de la psicología ni con el de la intensidad poética. (Croce)

Su liso y llano relatar, sin impedimen­tos oratorios, se queda a medio camino de las maneras fabulosas. Parece llevar la ma­teria a un grado de discreta idealidad, pero no llega a detenerla y la deja como suspen­dida, participando de la doble posición en que se apoya el escritor: realista a la vez que fantástica. (Battaglia)