[Il libro del peregrino]. Novela en tres libros de Jacopo Caviceo (1443-1511), publicada en Parma en 1508.
Es la historia complicada y farragosa de los amores de dos jóvenes, Peregrino y Ginevra, que el autor finge haberle revelado en tres tiempos, la sombra del protagonista mismo, que se le ha aparecido en visión. Está dedicada a Lucrezia Gonzaga. Reflejo, en parte, de la vida extravagante y violenta de su autor, y en parte tejido de reminiscencias dantescas, virgilianas y especialmente boccaccianas, esta novela, toda ella ornada de figuras retóricas y de todos los recuerdos mitológicos y eruditos que cabían en ella, resulta sin embargo picante por las numerosas alusiones a hombres contemporáneos y por la lubricidad de varios episodios, por lo que gozó en su tiempo de una grandísima popularidad. En medio siglo se reimprimió diecinueve veces y se tradujo al francés y al castellano. Ginevra es la hija de Agnolo, enemigo de Peregrino, y éste puede comunicarse con ella únicamente gracias al auxilio de su maestra Violante y su camarera Astanna, recurriendo a mil disfraces y afrontando peligros de todas clases. Una vez está a punto de ser condenado a muerte porque los esbirros le encuentran cerca del lugar donde se ha cometido un asesinato; otra vez se esconde en la iglesia bajo un altar, para hablar con Ginevra a dos pasos de su confesor; por fin, renovando la hazaña del caballo de Troya, entra en casa de la joven encerrado dentro de una gran estatua de Santa Catalina.
A la pasión violenta y desordenada del joven responde ella con un afecto tierno y honesto, pero insensible a las mordeduras de los celos cuando él, creyendo haber entrado en su habitación, se acuesta en la obscuridad con otra muchacha. Poco después, fingiéndose enferma, lo manda a Siria a expiar su sacrilegio, con una peregrinación a «Santa Catalina in finibus terrae». Después del viaje, complicado al regreso por una serie de peripecias, las cosas de Peregrino van de mal en peor: los padres de Ginevra quieren casarla y ella prefiere hacerse monja; estallan escenas violentas entre los dos enamorados; Astanna traiciona a su dueña, y por fin ésta desaparece sin dejar rastro.
Empieza entonces la larga odisea de Peregrino, modelada sobre el viaje de Flores en busca de Blancaflor (v. Flores y Blancaflor y Filócolo). De Constantinopla a Chipre, de la India a Macedonia, de Lisboa a Córcega, Peregrino recorre medio mundo, no sin darse una vuelta, aunque sólo sea en espíritu, por ultratumba, donde visita el Infierno y los Campos Elíseos, donde encuentra a muchos ilustres personajes. Sólo la corte de Elisabeta Malatesta en Rimini, como sucedió a Flores con la de Nápoles, le ofrece un agradable reposo, al que se añaden, en vano, las enseñanzas de un cuento que revela la vanidad del amor de los sentidos. Finalmente, en un monasterio de Ravena, Peregrino encuentra a su Ginevra, y con una serie de hábiles estratagemas, logra casarse con ella y hace aceptar luego el matrimonio a los padres de la joven. Pero la felicidad no es de este mundo: Peregrino no tarda en ver morir a la mujer conquistada con tantas fatigas, al dar a luz a un niño. Poco después la sigue a la tumba, llamado por ella en sueños. La triste conclusión quisiera, en la intención del autor, echar sobre todo el relato un velo de ascética moralidad; pero más bien nos parece ver en él un tardío expediente para excusar su licencioso carácter.
E. C. Valla