El Judío Errante, Wolfgang Goethe

La historia del judío condenado a errar sin descanso hasta el fin del mundo por haber ofendido a Jesús cuando se dirigía al Calvario, es una de las leyendas más extendidas de la Edad Media y ha dejado huellas en todas las lite­raturas europeas. En el siglo XIII nos la explican Roger de Wendower y Mateo Paris, adoptando una versión armenia de la leyen­da. En Italia, Buoncompagno da Signa y Guido Bonatti, en sus Historiae, dan al judío el nombre de Buttadeo. Cecco Angiolieri les imitó en su Cancionero (v.); lo re­cuerdan en sus crónicas el sienés Sigismondo Tizio y Antonio di Francesco di Andrea. En una obra flamenca lo volvemos a en­contrar bajo el nombre de Isaac Lakedem, mientras los Libros populares alemanes (v.) le llaman Asvero (Ahasverus).

Durante la época romántica, la leyenda sufrió una elaboración literaria. La obra más importante continúa siendo el frag­mento poético El judío errante, de Wolf­gang Goethe (1749-1832), publicado póstumo en 1836 y escrito probablemente en 1774. La leyenda popular del judío errante había ya atraído la fantasía del joven Goethe, como narra en el libro XV de Poesía y Ver­dad (v.), cuando, en 1770, las diferencias con la secta pietista sobre el pecado origi­nal le impulsó a formarse «un cristianismo propio mediante un diligente estudio de la historia y de todos aquellos que la veían a su manera». Recogió entonces la leyenda del Judío errante e imaginó un poema en el que representaría mediante figuras y ale­gorías los puntos más sobresalientes de la historia eclesiástica y religiosa. El frag­mento que nos queda justifica, por su tono satírico, la alusión a Hans Sachs, y narra un episodio con el que nada tiene que ver Asvero, el remendón judío de la leyenda. Cristo, vuelto a la tierra, no reconoce la menor huella de su enseñanza ni del espí­ritu dejado a los hombres después de su muerte; su nombre está escrito en todas las banderas, su imagen está pintada en todas partes, pero su doctrina no penetra ya en los corazones y mucho menos en los de aquellos que se llaman sus apóstoles.

El tema fue varias veces reemprendido y modificado por Goethe; en 1770 lo había concebido inicialmente en forma de poema épico centrado en el personaje de Asvero que, aunque amigo de Cristo, no le entiende y se mezcla entre quienes le crucifican, exhortándole a dar una muestra de su poder, hasta que de la boca de Jesús dolo­rido, surgen las palabras de su perpetua condena. Vuelve a hablar de ello en el Viaje a Italia (v.) e identifica con el perso­naje de Asvero los errores que había ad­vertido en la secta pietista y los que creyó ver en el mundo clerical romano. Goethe nunca desarrolló completamente el esbozo, y la obra quedó en fragmento. Pero en el tono realista y voluntariamente popular de los versos se advierte un parentesco de estiló con el de algunas partes del Urfaust (v. Fausto). Y quizás ello explica la inte­rrupción de la obra; la figura de Asvero fue asumiendo en la fantasía del poeta un significado cada vez más amplio y humano, y acabó siendo absorbida por la dramática figura de Fausto.

G. F. Ajroldi .