[L’insecte]. Obra de Jules Michelet (1798-1874), publicada en 1857. Está dividida en tres partes: la primera es una introducción en la que el autor responde a los «sistemas de los filósofos, con el miedo de un niño»; en la segunda se estudia la misión y cualidades del insecto, mientras en la tercera se procuran describir sus sociedades, particularmente las de abejas y hormigas. Concluye solicitando que no se desprecien estos animales y que en lo posible se respeten sus vidas. Michelet desarrolla con elocuencia los méritos de los insectos que, disecados, abiertos y sometidos al microscopio, siguen siendo todavía un enigma para el hombre; tal o cual órgano parece extraño y amenazador, probablemente porque nuestros ojos, excesivamente débiles, no alcanzan a explicarse su estructura y utilidad. No inquieta nunca aquello que puede verse y entenderse. El insecto, además, es tan pequeño, que no parece necesario ser justo con él. Precisamente contra este punto Michelet llama la atención.
He aquí sus argumentos: la justicia es universal, nada importa el tamaño; si se pudiera suponer que no todos tuvieran el mismo derecho, y que la balanza debía inclinarse en favor de alguien, debería ser precisamente por los débiles y pequeños. Cree que sería absurdo condenar aquellos órganos cuyo empleo nos es desconocido, y que en la mayor parte de los casos son útiles para labores especiales e instrumento de cien diversos menesteres, puesto que el insecto es un ser industrioso por excelencia y el más activo de los obreros. Aporta, en fin, cuantos datos son patentes por meros signos visibles, y concluye que el insecto es el ser que ama más de entre los seres creados. El amor es para él la muerte próxima o instantánea, y viene siempre acompañado de un resplandeciente sentimiento de maternidad. Finalmente, este genio maternal va tan lejos que, eclipsando las raras asociaciones de pájaros y cuadrúpedos, lleva al insecto a crear verdaderas repúblicas y ciudades. No basta a Michelet darnos a conocer al insecto, ese «hijo de la noche», según él le llama; quiere todavía revelarnos el misterio mismo de su existencia: la metamorfosis. El estudio resulta así completo.
El autor está familiarizado con el sujeto de su estudio, hasta tal punto que el insecto es para él como un ser dotado del don de la palabra. Michelet ha querido hacer, en resumen, un canto conmovido en favor de los seres más despreciados e insignificantes, por su tamaño, de la Creación; quede, pues, bien claro que L’insecte no es, por tanto, un libro científico. Es un trabajo ora descriptivo, ora íntimo y poético, que revela una aguda sensibilidad personal, rayana en algún instante en la sensiblería. Es preciso, por consiguiente, admirar no sólo el color y movimiento de su estilo, sino también la delicadeza y generosidad de su inspiración.