Obra dramática en verso, dividida en cuatro partes o «jornadas», del poeta y dramaturgo sevillano Juan de la Cueva (1543-1610), que se representó en Sevilla en 1581, publicándose en la recopilación de sus comedias y tragedias en 1588. Leucino, joven rico y mujeriego, se enamora de Eliodora, hermosa doncella, y en vano trata de doblegarla a sus deseos. Trata, por fin, de conseguir sus malvados propósitos con la ayuda de los propios criados, pero uno de éstos, Ortelio, es muerto por Eliodora en una suprema tentativa de defensa. La muchacha, por el testimonio de otro criado, Farandón, y a causa de las calumnias infamantes del joven, es encarcelada, y está a punto de perder la vida. Su padre, .Hircano, hombre de honor y de un severo concepto de la virtud, llega a creer en su culpa; quisiera matar a su hija en la cárcel, pero Leucino retira sus acusaciones mentirosas y por fin se muestra en todo su esplendor la inocencia de Eliodora. A su vez el difamador y el criado son condenados a muerte. Algunos críticos han querido considerar esta obra, con escasos motivos, dentro de la tradición del Don Juan (v.), como una primera representación del burlador, ya que no por la profanación de los muertos — no hay huellas de ello — ni por una conciencia perversa del pecado.
Pero en realidad el personaje está visto en su movilidad pintoresca sin referirse lo más mínimo a un arquetipo del libertinaje ni nada similar. Leucino es verdaderamente un «infamador» y nada más; es decir, un vividor que procura pasarlo bien sin grandes riesgos, y que al no triunfar en una de sus empresas se venga con sutil malicia. El triunfo de la inocencia — incluso mediante la intervención de divinidades mitológicas entre escena y escena — ofrece más bien motivo a una animada moraleja hábilmente presentada a los espectadores.
C. Cordié
No hay en el Infamador un solo rasgo que le asemeje al Don Juan en ninguna de sus formas tradicionales. El mismo nombre de la obra lo dice: Leucino es un difamador, y nada más que un difamador. Es un rico necio y fanfarrón. Imagina que el dinero pone en sus manos las voluntades ajenas, sin excepción alguna, y ni siquiera sabe usar del arma poderosa de sus riquezas. Nada logra si no es el castigo de sus intentos, y no es burlador, sino burlado. Por tanto, lo menos donjuanesco posible. (Francisco A. de Icaza)
El precedente donjuanesco del Infamador es bastante remoto, pero en ocasiones tiene todo el empaque fanfarrón del Tenorio de Zorrilla. (A. Valbuena Prat)